Más vale tarde que nunca: la presidenta del Parlamento acaba de reconocer que al Estatuto que se va a votar en Febrero no lo conoce en Andalucía ni los que lo han enredado, algo obvio, por otra parte, pero que deja en evidencia la insustancialidad de un proyecto en el que hemos perdido demasiadas energías y casi una legislatura. Claro que hay que decirle a la Presidenta que si los ciudadanos no conocen ese Estatuto es porque poco hay en él que haya podido mostrárseles como señuelo para captar su voto y, de hecho, más de un pensamos que el desconocimiento del insufrible y apañado texto que van a votar es lo único que puede permitir que la abstención no sea aplastante. Si los ciudadanos se hubieran leído siquiera el prologuillo o lo que sea con que se abre de capa este nuevo lance de la agónica autonomía, no iría a votar ni el Tato. O sea que el dilema está en cómo hacer propaganda de algo cuyo contenido mejor será dejar en penumbra y ése es mucho problema para esta tropa. Pero ¿qué esperarían que ocurriera con un Estatuto inventado y después de tan larga como camelística batalla? A favor de los del camelo juega únicamente el fracaso previo de la experiencia catalana, sin la que, por lo demás, nos habríamos librado de este incómodo brete.