La memoria de la Guerra Fría que va disipándose desgraciadamente en mi generación conserva, sin embargo, muchas anécdotas. La de Einstein cuando le preguntaron en tv cómo (por qué ‘medio’) nos enteraríamos de la próxima guerra y él respondió imperturbable: “Por el ruido”. La de Bertrand Russell tranquilizándonos con el argumento ansiolítico de que ninguna potencia en sus cabales osaría lanzar la primera bomba desde la convicción de que la respuesta acabaría con todo. La de Jruschev golpeando con su zapato el escaño de la ONU frente a un Kennedy agresivo pero felizmente discreto que supo dar marcha atrás en su agresión a Cuba. Hemos vivido medio siglo largo interpretando el oscuro lenguaje de los gestos, la amenazante táctica de la intimidación, pendientes todos los servicios de inteligencia de sus códigos reservados y, en definitiva, deslizándonos suavemente sobre el filo de la navaja. Pero había, ya digo, una especie de hermenéutica en función de la cual los poderosos de cada bando se marcaban faroles o pasaban en la grave partida, valorando por su cuenta y riesgo (de todos) las intenciones reales del adversario. Cuesta entender cómo se acostumbra uno a semejante comején, pero más cuesta imaginar qué puede mover a los locos que gobiernan el mundo a coquetear con una reedición de esas tensiones que no está demostrado, a pesar de Russell, que no puedan acarrear una tragedia irreparable. Lo que está ocurriendo en el Cáucaso, por ejemplo, el desafío descarado de Rusia y la incapacidad visible de Occidente para responder a su provocación, parece, sin embargo, que permite presagiar una nueva etapa de terror contenido, de convivencia sobre la amenaza, de inseguridad permanente. El hombre no aprende con facilidad de la experiencia. Volver al viejo mundo bipolar, con las complejidad añadida de las nuevas circunstancias geopolíticas, no deja de ser simplemente suicida.
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En realidad, el valor de aquella estrategia disuasora resulta hoy más discutible que nunca. Hay en el mundo armas nucleares suficientes para –está descrito científicamente—destruir veinte veces el planeta entero, pero está también el hecho de que en la actualidad poseen esas armas un buen puñado de naciones, varias de ellas entre las más demostradamente insensatas. Lo que asusta, sin embargo, es comprobar la debilidad del llamado “mundo libre”, es decir, de la UE y los EEUU, cuyos órdagos se ha pasado por el arco una Rusia más que astuta que debe de haber descubierto que fue precisamente la amenaza constante, la Guerra Fría institucionalizada, lo que le dio en tiempos el poder que hoy parecía no tener ya. Hay quien sugiere que, tras la escena política, entre bastidores, trajina la industria armamentística, no poco amenazada por esta suerte de paz relativa que hemos tenido tras la caída de la URSS, pero eso, me parece a mí, es simplificar demasiado. Más bien cabe pensar que el mundo está cambiando sin que nos demos cuenta, que tal vez la era USA anda arañando su fin mientras que la UE es demasiado lerda como para retrasar una y otra vez su integración real y profunda, que el sol sale más que nuca por Oriente y no es precisamente a ‘Simbad’ a quien se espera. Henry-Lévy, que en sus frecuentes intervalos lúcidos suele ser de lo más convincente, apunta incluso que esta nueva Guerra Fría es acaso más peligrosa e inquietante en la medida en que no parece obedecer a códigos fiables, es decir que carece de esa hermenéutica mencionada en la que beben los intérpretes de ambos bandos para tomar sus decisiones. Pues peor aún, más locura si cabe. La perspectiva de vernos abocados de nuevo a decenios de incertidumbre y miedo es desoladora. Occidente debería levantarse con decisión de esa timba.
Como dije ayer a Dª Zara Banda, ante lo expuesto por nuestro anfitrión sólo puedo mostrar mi acuerdo con lo expuesto mediante un «amén» (Del lat. tardío amen, este del gr. ἀμήν, y este del hebr. āmēn, «verdaderamente», según el DRAE).
Saludos a todos
Creo haberlo repetido tanto que debo resultar muy cansina: sin engolamiento de profetisa hace ya algún tiempo que repito que estamos en las boqueadas de una era.
Y no sé si prefiero equivocarme o simplemente me conformaría -como se les dice a las futuras parturientas- con tener una horita corta viajando al lado de Caronte, ahora que estoy segura que al otro lado del Aqueronte solo esperan la Nada y el Olvido. Por si acaso tengo una monedita de oro para que la pongan debajo de mi lengua. Mejor me la pondré yo solita cuando me guiñe la Huesuda.
Besos a todos.
(Mi don Genaro: con permiso de su pareja, si la tiene, cualquier día le envío uno con lengua).
Como hay poca actividad repito (lo siento). Hoy lo he visto brillante como de costumbre mi D. JA pero algo pesimistón y la verdad es que no es para menos. Incluso me ha recordado una clase de contemporánea en la que el profe ante la intervención de un imberbe alumno espetó a la somnolienta audiencia aquello de que “la Historia nunca se repite, no es circular, dibuja más bien una elipse, o mejor aún una espiral”. Imagínese a la pupilada dibujando extrañas figuras geométricas en sus nubes pensantes cual viñeta humorística. No se podrá volver al mismo pasado, a la misma Guerra Fría, porque el metarrelato de la “lucha” se ha cambiado por el de los “conflictos” y el de las “utopías” por los “sucedáneos cibernéticos” en el que todo quisqui tiene información a raudales. Siempre se ha dicho que hasta el más tonto puede hacer relojes, hoy con el dinero suficiente te fabrica una atómica. Un panorama de lo más encantador el de esta “sociedad del riesgo” al que el postmodernito Occidente contribuyó lo suyo.
(Me encantó su apunte rateril Dª Marta, ser conscientes de nuestra animalidad debería ayudar a más de uno a tomar tierra.)
(Y mi querida Dª Cora lina, de tan bello nombre, no se preocupe cuando tenga que pagar a la Canija. ¿No sabe que en mi barco nos burlamos de ella? Camarote de lujo le tenemos reservado con el espumoso que tanto le gusta.)
Otro de tornillo para usted, mi don Caleu del alma. No sé por qué, me imagino que su barco no ha de ser nada fantasmagórico, ni tampoco tripulado por brujos, esclavos o fiambritos. Por supuesto tampoco como un yate epatante de gañán adinerado, sino un bullente ‘optimist’ que ha crecido, donde ‘ab hora tertia, bibebatur, ludebatur… sed non vomebatur’, que me imagino a voacé y compañía, familiar o mediopensionista, como gente alegre y vitalista y cómo no, muy educada y sin pisar la raya de picaores de los buenos modos.
Lo del beso de tornillo -¡Dios, que alegría encontrar a quien te sigue el humor!- es ampliable desde usarced, a quien considero capitán del balandro, hasta el último grumete, si tiene edad de que yo no peque de pederastia. (Porque lo de pedofilia, otra vez me repito, me huele mal. Tendré que ponerme seria ante los académicos para que prohiban el palabro y sea sustituido por ‘paidofilia’. Porque aunque sea en sí una monstruosidad -el Profeta esperó al parecer que Aisha cumpliera los nueve añitos- por lo menos el nombre que no huela a chukrut podrido).
No haga caso de las habladurías mi Doña, es sólo fachada para evitar a los trepas y adoradores del vil metal que nos darían gustosamente su alma por conocer la ruta a la “Ciudad de los Césares”. A éstos los pasamos por la quilla.
Otro para Vuecencia.
(Todavía se está descojonando la tripu).
Miren por dónde, me alegro hoy de la tardanza o ausencia de la actualización del blog.
Ayer, jodidas frivolidades con el de la pata de palo, me quedó en el ‘énter’ algo que rebusqué en la memoria y luego en mi bibliotequilla menguante.
Lo escribió Manolo el Empecinado poco antes de morir donde sus pájaros. El tochillo se titula ‘La aznaridad’. (Esta última palabreja no sé si con mayús. o minús. porque viene todo en May.)
El pobre VMontalbán no fue un profeta atinado. Proclamaba que ‘el Imperio del Bien’ había ganado la Guerra Fría y ya no habría de disimular su hegemonía. Dijo que la creación semántica de los hermanos Dulles, ‘la disuasión mutua’ había sido sustituida por la ‘disuasión duradera’.
Ya no estaban en pie las Mellizas de NY y era un negro pastizal la zona cero. Pero el bueno de Manolo -no confundir con el hijo del coronel- se dolía de la penuria que se vivía junto al Moscova y, como el otro Vázquez, tal vez soñara aún con ir en el año 018, aunque fuera en silla de ruedas y con babas, a celebrar aniversarios.
Las vueltas que da el mundo. Y las que tiene que dar.
¡Qué barbaridad y en qué plan están ustedes ambos, doña Cora y don Coluche, (esto último escrito a la franchuta como el conocido humorista)!
El artículo, imparable.
Besos a todos