Nos vemos hace un par de años por el barrio, incluso nos hemos saludado alguna vez, con cierta intriga por mi parte: no reconozco a este hombre amable que camina despacio por la collación como respirando para empaparse el aire de estos altos donde estuviera ya la Sevilla pre-romana, ajeno a toda prisa y siempre amable. Un día nos detenemos y hasta nos sentamos a tomar una copa, tentado por la cordialidad del personaje, y ya en un momento más confuso de la charla pongo pie en pared y le pregunto su nombre. “Ah, bueno, yo creía –me contesta– que no querías reconocerme… Esta profesión es tan jodida que…”. Es Miguel Veyrat sólo que treinta años después y, aunque no más cambiado que yo mismo, pero lejano ya del viejo camarada con el que compartimos el pan de los malos tiempos, él todavía enredado en la Junta Democrática y, algo más tarde, en la ingenua tarea de la revista “Argumentos”, con la que creíamos que íbamos a cambiar el mundo o poco menos. Lo que ustedes recuerden de la “Marcha Verde” de Hassan o de la película de las Malvinas procede muy probablemente de las crónicas que por entonces nos enviaba Veyrat, aquel joven poeta de aspecto encrespado, casi leonino, que veíamos en el telediario, y hasta puede que hayan tropezado alguna vez con sus versos –yo creo que lleva lanzados al menos una veintena de libros–, sin sospechar siquiera que eran la lírica botella lanzada al mar por un náufrago más de la generación. “Busco un lugar inocente/ donde este lobo que me habita/ no abrigue sombras de miedo/ sobre la tierra desnuda…”, un remanso donde anclar el alma nómada y darle tiempo y ocasión al verso. Ni Veyrat ni yo somos ya los mismos en medio de una generación diezmada por el tiempo en la que todavía tuvo sentido apostar generosamente el resto en la partida de una timba en la que no reconocimos a los fulleros. El reencuentro conlleva siempre el riesgo de la amargura.
Lo que me asombra de mis correligionarios es la serenidad ante el fracaso, la juiciosa asunción de nuestra pérdida, la ausencia de rencor. Veo a Miguel alejarse cuando nos separamos, tranquilo, sin perder el compás, enredado ya –seguro—en alguna metáfora buida que mañana será quizá poema confiado a la corriente que podría llevarla a alguna incierta playa. Y reconozco en él a tantos otros que amamos y creímos cuando aún era posible (y forzoso) apostar a ciegas, abrir de par en par las manos sin contar las monedas, darnos sin más. Lo veo alejarse, digo, más cerca que nunca.
Llego tarde a la mesa de tertulia pero sólo encuentro vacío. Veyrat,gracias Mr. Google, fue el creador de «Documentos TVE». Su faceta de poeta me era desconocida. Como a muchos, supongo.
Intentare encontrar algo. Se ve que la noticia del día lo acapara todo. Adiós, ya era hora.
Temprano, al abrir los kioskos como es nuestra costumbre, he comprado querido José Antonio tu periódico y guardado tu columna dentro de una botella que no se lanzará al mar con un mensaje, sino que navegará para siempre por la torrentera de mi sangre.
Gracias, siempre dije que la amistad es la categoría máxima del amor. Sólo encuentro palabras para agradecerte este hecho impensable o muy raro entre la gens de nuestro oficio, que ofrecerte una correspondencia también en el grado máximo posible del homínido medio evolucionado cuya especie representamos.En tu columna me reconozco como te reconoces a tí mismo en la cabecera de esta lenta progresión hacia el cerro de la civilización humana. Siempre en el misterio del lenguaje.
Y un gran abrazo, el más fuerte.
Miguel
Gracias, Epi. En efecto, el homenaje que dedicó a mi obra poética la Universidad de Sevilla conjuntamente con el Ateneo, quedó matizada por la riada de noticias y de gentes que llenaban las calles portando banderas y reclamando un referéndum. Puedes encontrar mis libros en Internet y también en la magnífica Antología que el profesor Prieto de Paula, director de la Biblioteca Virtual Cervantes, ha publicado en la página que me dedica dicha publicación.
http://www.cervantesvirtual.com/portales/miguel_veyrat/