A mitad de los años 60, el entonces joven profesor de Sociología de la Complutense Carlos Moya puso en mis manos una novela escrita por un autor andaluz con intención de montar algo así como seminario sobre la tremenda crítica al cacicato y a la situación campesina en general que el libro contenía. Del autor, Manuel Barrios, aunque me sonaba, no conocía yo entonces nada pero, en efecto, aquella novela me descubrió a un escritor vigoroso, cuyo trasfondo culto no podía ocultar la deliberada sencillez del texto. Ni que decir tiene –sería muy largo de explicar— que el proyecto no acabó de fraguar aunque sí permitió una notable difusión en aquellos círculos universitarios como pude comunicarle a él en cuanto tuve ocasión de conocerlo, que fue enseguida, abriendo una amistad que duró toda su vida.
A Barrios había que aceptarlo como era, no quedaba otra. Inquieto sin límites, se asomaba al flamenco al tiempo que a la Historia y ejercía un periodismo activo –también en la radio— al tiempo que me consta que se interesaba por la mirada sociológica que luego marcaría hondamente su obra. Escribió Barrios miles de artículos y más de medio centenar de libros, con una prosa apasionada que delataba su vasto trasfondo libresco y un temperamento cimarrón que, ciertamente, entiendo que fue el principal factor de su agitada vida profesional. Recuerdo bien –porque entonces yo andaba del otro lado de la muga— la vara, no siempre atemperada, que le dio a la “nueva clase” hasta provocar que le cayera encima una de las sentencias más desmesuradas que conozco: la de la inhabilitación y una multa de ¡50 millones! de pesetas que, ni que decir tiene, hubo de pagar este mismo ABC como responsable subsidiario. Manolo se reía de los millones pero bramaba sin comprender contra una inhabilitación que era, de hecho, una mordaza.
¡No había manera de frenarlo en su lucha –sincera, sin duda—contra ciertos molinos de viento entrevistos por él y también contra abusos rotundos de los que se cometían en la vida pública entonces como ahora! Sus saberes folclóricos y su arremolinada erudición le permitieron escribir lo mismo sobre el cante que sobre la Inquisición, el filisteísmo político o la vida menuda, pero siempre con una arrebatada serenidad que lo decía todo sobre su condición de hombre bueno. Lo perdió lo mismo que lo ennoblecía: su pasión. Quizá ello explique el poco tiempo que ha sido menester para eclipsar su memoria.
Merecido homenaje de un gran periodista a otro grande de la prensa andaluza, que fue alma de Radio Sevilla, espléndido novelista y hombre cabal, incómodo para el régimen siempre. Gómez Marín ya escribió contra la muerte civil de Barrios por una condena insólita, como lo lloraron en la real, hace cinco años ya, Paco Robles, Eva Díaz Pérez o Alberto García-Reyes, escritores que hacen concebir esperanzas de que no todo es miedo y pesebre en nuestra tierra. Un acierto en medio de tanto olvido.