Uno de los intelectuales más potentes rodados en el siglo XX, Edgar Morin, no cumple ya los 100 años. Con sus 101 a cuestas, varado pero activo en su Montepellier amniótico, el ejemplar rectificador de sí mismo acaba de lanzarnos a sus incondicionales otro reto con una memoria parcial en la que resume su excepcional experiencia. Recuerdo la impresión imborrable que me causó al presentármelo en París Juan Ignacio Ferreras, camino del CNRS y, muy en especial, su amable ironía ante nuestras ingenuas pullas sobre aquel “Le cinéma ou l’ homme imaginaire” que traía de cabeza a mis congéneres. El éxito de su “Paradigma perdido” o de su decisivo estudio sobre la muerte, nos interpeló casi tanto como luego lo habrían de hacer tantas de sus obras luminosas, hasta que el monumento de su monumental reflexión sobre “El método” frenó unos entusiasmos que acaso exigían mayor sosiego y esfuerzo que los disponibles en las cohortes del 68.
Morin resulta más sabio si cabe encaramado a esas alturas de la vida que mientras brillaba en su plenitud. Mira atrás y expone sin reparos, desde un conceptismo tan crítico como riguroso, su legendaria biografía política, el clamoroso desencanto de sus entusiasmos juveniles, su digna asunción del error (de los errores) pero también su dignidad casi sin parangón, antes de avisarnos –imagino que con un ojo sobre Ucrania pero pendiente también de tantas tragedias hogañas– sobre nuestra inocente y confiada residencia bajo el volcán, instalados como estamos “en la inconsciencia sonámbula” que precede en estos históricos momentos a las grandes catástrofes históricas.
¿Estamos de verdad “en una situación de paz en medio de la guerra”, es cierto que la actualidad cuenta con todos los elementos para un neototalitarismo, lo es que nuestro creciente nivel de vida va parejo al descenso de su calidad o que el peso aplastante de lo económico implica un deterioro de lo político…”. El sabio centenario entiende que, paradójicamente, el progreso técnico puede conducir a “una regresión política y civilizatoria”, y desde luego parece evidente su conclusión de que vivimos ya (y no sólo en España) una época dominada por autoritarismos “de fachada parlamentaria, tanto como falsamos la falacia de la irreversibilidad de nuestro progreso material y social, porque “el retorno de la barbarie siempre es posible”.
Antes de ver días pasados la imagen del intimidatorio misil ruso de largo alcance, Morin preveía ya “la posibilidad de lo peor y hasta su probabilidad”. Estas son sus “Lecciones de un siglo de vida” lanzadas con la esperanza ilusa de quien echa al mar un mensaje en una botella. De vuelta de casi todas las mentiras y de no pocos errores y fatalidades, uno de los últimos maestros vivos nos resume la experiencia de su “pensamiento complejo”. Lo más probable será que ni se recoja esa botella.