Perfil de Antonio Romero
Las recientes declaraciones espontáneas del ex-presidente González sobre la guerra sucia han devuelto a la actualidad un tema que sus seguidores más optimistas creían archivado al poner en evidencia el gran secreto a voces de todos estos años: que el Presidente –¿habrá que recordar la sigla “PTE.” que tanto dio que hacer a los jueces—estuvo siempre al cabo de la calle de la actividad terrorista probadamente organizada desde el propio Gobierno y, naturalmente, con su consentimiento. Nadie sensato hubiera podido imaginar otra cosa ni nadie realista ha podido creer que un asunto tenebroso como el del GAL podía ser borrado por el tiempo sin que algún “corazón delator” lo sacara a la luz tarde o temprano. Lo de menos, a mi juicio, es averiguar ahora la intención de González al confesar lo inconfesable, porque lo que verdaderamente tiene valor en esa confesión es el carácter irrevocable de los hechos confesados, y los hechos confesados confirman bruscamente lo que todo el mundo daba por sentado aunque muchos insistieran en negarlo, a saber, que el GAL fue una estrategia del Gobierno concertada al máximo nivel, lo que da una idea de lo que fueron en realidad aquellos “años de hierro” en que los que el peor efecto fue, sin duda posible, el logro de la complicidad ciudadana, seducida por el atractivo señuelo de la venganza en unas circunstancias, ciertamente, duras.
Fue desde la bancada de la izquierda –y creo recodar que el actor fuera Felipe Alcaraz—desde donde por vez primera se levantó la voz para decir que quien estaba tras la equis propuesta por el juez Garzón en su instrucción no podía ser otro que González. Y es muy probable que el fuerte e insensato apoyo popular a la barbarie contraterrorista tuviera mucho que ver con la ceguera de los jueces y la tartamudez de algunos sectores de la oposición que ni siquiera ahora, cuando el propio protagonista descubre el pastel en público, se siente lo bastante seguros para apuntar con el dedo y exigir responsabilidades. Antonio Romero no será uno de ellos, con toda seguridad, porque no lo fue nunca, teniendo a su favor una enorme experiencia en los asuntos reservados adquirida en sus años de parlamentario atento y cojonero, en cuyos secretos penetró hasta donde pudo no sin pagar por ello un alto coste personal y político, pues desde la Vicepresidencia del Parlamento hasta la alcaldía de Málaga le fueron negadas a rajatabla por la inquina de sus poderosos denunciados.
En el panorama político español Romero es un caso singular, al no pertenecer ni por origen ni por dedicación a la clase media proveedora de diputados, ni dentro de la suya a ningún sector ilustrado, sino al mundo rural en el que se inició a la actividad política y del que nunca se ha alejado más que lo imprescindible. Romero es, sin embargo, un espíritu trabajado que ha logrado acumular una interesante cultura propia, y desde luego, una de las mayores experiencias políticas prácticas de toda la democracia, lo que, unido a su carácter expansivo y firme, confiere a su testimonio un interés que muchos admiramos tanto como otros temen. “Un jornalero en los secretos del Estado” –subtítulo de sus memorias–, nuestro invitado de hoy ha sido y sigue siendo, al margen de que se compartan más o menos sus ideas y actitudes, una de las voces más directas y claras de nuestra vida pública. A él le hemos pedido que glose esas reciente declaraciones que evidencian la responsabilidad plena de aquel Gobierno en la “guerra sucia”, es decir, y da escalofrío, tenerlo que repetir, la culpa de decenas de asesinatos, algunos secuestros y tremendas torturas. El hombre que vio y escuchó de cerca los bisbiseos de las comisiones de Defensa e Interior, el que permaneció atento durante años en la de Secretos Oficiales y tuvo tan particular protagonismo en las que investigaron las trapacerías de Roldán y el negocio de los fondos reservados, nos parece de sobra legitimado para volver sobre esos delicados avatares que González, no sabemos por qué –de momento—ha decidido airear ahora para sorpresa y disgusto de tanto disimulador y de tanto cómplice.
Hipocresía pura y dura de todo el espectro político desde la Transición.
Los herederos del franquismo han colaborado en el continuismo del «todo vale», para seguir en las poltronas del poder…a cualquier precio.
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