Tras la ominosa exhibición como trofeo del cadáver del líder libio y de unas extrañas exequias, Gadafi descansa ya en una tumba del desierto. En un lugar secreto, por supuesto, en previsión de que el lugar se convierta en santuario y las flores se renueven a diario sobre la tumba como ocurre con la de Sadan Husein. Ha sido bochornoso ese espectáculo, desde luego, tanto las imágenes más o menos fidedignas como las leyendas que, con cuentagotas, han ido divulgándose por el mundo a propósito de su alevosa ejecución. Tanta saña, tanto desprecio por el derecho no debe extrañar tras una campaña bárbara por ambos bandos, en la que, sintomáticamente, no se han hecho prisioneros por ninguno de ellos y en la que ni unos ni otros se han tomado la molestia de disimular las atestadas fosas comunes. Los “aliados”, claro está, como parte “civilizada” en el conflicto, han protestado en el sentido de que su postrera intervención –la que acabó con la vida del tirano—había sido casual, es decir, no iba dirigida contra su persona sino determinada por la rutina bélica, pero a poco que uno eche sus cuentas percibe con claridad que lo que ha ocurrido era precisamente lo que se deseaba que ocurriera, porque el gran problema diplomático hubiera sido, sin lugar a dudas, el de pillar vivo a Gadafi y hacerle comparecer ante esa Corte Penal Internacional que en La Haya se encarga de juzgar los delitos de genocidio, de guerra y de lesa humanidad aunque siga sin ser reconocido por los EEUU. Como con Sadan, se ha preferido el ajuste de cuentas casero, la venganza dictada en la letra pequeña de los odios tribales y la razón instintiva. Alguien que se gana la vida por aquellos lares me decía hace poco que ni esa gran potencia, ni en realidad nadie en Occidente, quiere otro Nürenberg, porque sale mucho más económico, en todos los sentidos, una soga resistente o un bala en la sien. Da pena, pero no cabe duda de que así es.
Ha crecido mucho la protesta, más bien el sordo rumor del descontento, con esa inhumana cacería del tirano que ya va convirtiéndose en el clásico desenlace de estas guerras. Se lamentan las estampas atroces, el mal ejemplo dado, la lamentable inhibición de las fuerzas –decisivas fuerzas—enviadas por los países democráticos. Un cadáver arrastrado durante días, a merced de cualquier malevo, es siempre una atrocidad. Pero nos hemos librados, se han librado, quiero decir, de verse en el brete de un juicio decente en el que, en rigor, hubieran debido comparecer todos sus amigos y socios. De Obama a Aznar, de Blair a Lula, de Mandela a don Juan Carlos. Todo es más fácil así, qué duda cabe. Una tumba en el desierto no hay quien la encuentre.
Otro gallardo palo propinado con entereza moral. Que cada palo aguante su vela. Sobre lo del cadáver de Gadafi y su ejecución, de acuerdo: un juicio hubiera supuesto un compromiso para demasiado importante.
Ni los perros rabiosos merecen el ensañamiento y la impiedad. Lo del cadáver expuesto es todo un escándalo. Casi tan grande como el que han dado los «Grandes» de este mundo yendo a su jaima o dejándolo traerlka a sus palacios. Tiene usted un valor que yo le admiro. Lo digo por sus ùltimas líneas.
Ese pájaro se merecía hasta la ignominia. El Hombre, con mayúscula, no.
Yo sólo digo que a cada cerdo le llega su San Martín (Ya habrán notado que a pesar del pseudónimo soy cristiano de los del Guerrero).
Grandes verdades se dicen hiy en la columna, No recuerdo haberlas oído por ahí y es posibel que se deba a que sus colegas deben de andar muy pendientes de que los inviten a la recepción anual. ¿A que usted no acude?
Piadoso y justo. Y como s eviene sañalando durante topda la mañana, muy valiente. Con dos co…, ¿no dicen ustedes los machos así? Pues eso.
Muy bien. Nada que objetar ni que añadir.
Un horrro, ha sido un horror que ninguna sensibilidad puede soportar. El lo que se refiere a las fotos de sus «socios» como usted dice, lleva m,ucha razón: a ninguno de ellos le hubiera gustado tener que comparecer ante el TPI ni siquiera como testigo.
Nos quejábamos en tiempos de quno hubiera muerto en su cama… ¡¡Que despistados erstábamos, que poco imaginabamos lo que pudiera suceder!
Parafraseando las consignas esgrimidas no hace mucho por los del «No a la guerra»: ¿deberíamos concluir que ésta ha sido legal, moral y justa? Lo digo por la ausencia de ruido en la calle, no más…
Saludos cordiales
MI querido ja, usted tiene misericordia y sentido de la Justicia, dos virtudes que no están de moda, qué se le va a hacer. Salve usted, como viene haciendo, su conciencia, aunque tenga que dar palos como el que remata el comentario de hoy. Que Dios le bendiga como estoy seguro de que hará.
Valerosísima columna, con la cual estoy totalmente de acuerdo; es indigno de seres humanos hacer lo que han hecho ccon un muerto, sea quien sea. Y mas indigno aun es que lo hayan permitido quien podian haberlo evitado y no lo censuren,lo condenen tajantemente.Un escándalo más, ¿y qué más da?
Besos a todos