Hay un transfuguismo personal, que va por libre en busca sólo del beneficio o la revancha del tránsfuga, y hay otro –de esto no cabe ya duda posible—que es propiamente un transfuguismo de partido, una defección institucional, es decir, un engaño urdido desde la propia organización partidista, normalmente bajo cuerda y pasándose por el arco los pactos y contratos mil que se llevan suscritos. El caso de Gibraleón –un “golpe de gobierno municipal” protagonizado por el grupo del PSOE en peso, junto a una fugada del PP, que se integraron para disimular en el grupo mixto—es un caso extremo, una auténtica exhibición de cinismo por parte del partido que diseñó el golpe y que ahora, en buena lógica –hay que reconocerlo– recupera a los golpistas para presentarlos de nuevo en sus listas como si no hubiera ocurrido nada. No hace ni un mes que se aprobaba en el Congreso, una vez más, un acuerdo de inflexibilidad absoluta contra esos filibusteros de la política, pero el caso de Gibraleón de muestra que la piratería no se fragua solo en las Tortugas sino también en Maracaibo.