El pionero de la tautología contemporánea española fue un contundente entrenador serbio ya fallecido, Vujadin Boskov, inventor de aquel “fútbol es fútbol” que aún hoy siguen repitiendo sin cesar críticos y aficionados que ven en esa sentencia el uroborus que se muerde la cola lógica repitiendo –esta vez en la perspectiva epistemológica—el gesto de Alejandro que acabó de un mandoble con el nudo gordiano. Hay sentencias que hacen inesperada fortuna a pesar de su futilidad y que, espoleadas por el éxito público, acaban convertidas en auténticos talismanes capaces de resolver sin resolver, es decir, de solventar dudas y cavilaciones sin mejor artificio dialéctico que su aparente obviedad. Y “fútbol es fútbol” es, sin duda posible, una de ellas.
Vecina del “deporte rey”, la política no ha dejado desde entonces de aferrarse al aldabón tautológico tras las exitosas huellas del “no es no” con que Sánchez logró sabotear la investidura de Rajoy aunque fuera al precio de su propia defenestración provisional. El ”no es no” en boca de un embustero probado como él no probaba entonces ni probaría nunca nada y, sin embargo, no sólo funcionó sino que dio de sí, ya en manos de la inopia podemita, a otro monumento tautológico como ese “sí es sí” que hoy presta su equivocidad incluso a la legislación vigente.
Es cierto que en la memoria culta hay precedentes por un tubo de este dislate –suele invocarse maliciosamente el bíblico “Yo soy el que soy” con que la divinidad corta en seco la curiosidad de Moisés—lo que desvela el arraigo alcanzado en las mentes débiles, frente a los rigores lógicos, por la persuasiva terquedad. Nada menos que los “ensayos” de Montaigne puede uno escuchar al sabio revelarnos que “cuando dormía, dormía, y cuando bailaba, bailaba”, supremo axioma que no le iba a la zaga al famosísimo que reza “Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible” que todavía hoy entroniza la memoria de un famoso torero cordobés.
Se ve que no sólo los físicos avanzados han logrado rebasar la lógica aristotélica reconciliando la razón con la incertitumbre, sino que es la propia índole humana la que tiende a desbordar el viejo sistema de certezas que, durante veinticinco siglos, ha gobernado inconcuso la racionalidad humana. Que Boskov o Sánchez hayan sacado tanto provecho a sus rotundos solecismos prueba lo alejada que va nuestra conciencia discursiva de los viejos rigores, pero también la robusta vitalidad del atajo tautológico. Con él parece que se basta y se sobra el sanchismo para devastar lo que hasta antier por la mañana muchos habían intentado destruir sin lograrlo.