No hay país sin leyendas tópicas o sin eso que algunos autores toman por mitos, con o sin fundamento, sobre los cuales hacer girar luego el carrusel los llamados “caracteres nacionales”. Retomo esta vieja conclusión nada más enfrascarme en la interesante lectura de la biografía de la “Carmen” de Merimée escrita por José Manuel Rodríguez Gordillo, y que acaba de presentar en la Real Academia de Buenas Letras el ex-ministro y buen “connaiseur” de estas porfías César Antonio Molina. Sabemos que la obra de Merimée ha sido minusvalorada, incluso en su propio país, así como que la transformación de la novela “Carmen” en ópera por mano de Bizet ha cambiado su suerte hasta conferirle una fama mundial que en el exterior, sobre todo, sirve a otro mito vivo, el de la imagen romántica de la España reflejada en el espejo cóncavo de la topicidad. Mucho esfuerzo y aplicación permiten a nuestro autor la oportunidad de nadar contracorriente de esta visión deformante –en cierto grado, esperpéntica— e invertir el asunto de modo que quede clara la historicidad de los personajes y temas de Merimée, devolviendo la imagen del país a su auténtica dimensión y libre ya de las deformaciones literaturizadas o, simplemente, consolidadas en una opinión si fundamento. España, Andalucía, Sevilla, eran así, tal como las vio e interpretó Merimée, al margen de la idealización que quepa hacer en todo tratamiento literario y de su correspondiente mitificación en la memoria histórica.
No inventa Merimée la realidad de la convivencia gitana, la figura de la cigarrera trianera, el bandidaje que señorea la sierra, ni los contrastes internos de un país, por entonces cuatricentenario, en el que el hampa ejerce un papel notable y los criterios morales fraguan, a altísima temperatura, en el horno moral alimentado a medias por el influjo cristiano y el mísero combustible de una siempre atractiva y brillante tradición picaresca. Gordillo devuelve la leyenda a la realidad como quien levanta una pintura para descubrir la subyacente, y lo hace con mano serena y precisa, desde lo que yo llamaría un cierto “realismo patriótico”, ajeno a los avatares con que la fama ejerce su confusión. Carmen, España, eran así, como Merimée las vio, descontado el inevitable astigmatismo literario, y asumir eso es, sencillamente, contribuír a esa historia de las mentalidades que debería ser el único espejo en que se mirara la posteridad.
Buscaré el libro (por qué no facilita la editorial, don ja, cuando hable de obras nuevas. Pero desde ya estpy c onforme con la idea que hace mucho que rumio sobre la autenticidad de personajes legendarios que, en realidad, fueron reales.
Me sorprende la tesis de ese autor a la que veo que apoya don jagm. ¿España de pandereta, España cañí? No dudo de que siempre haya habido gitanos y toreadores, pero me resisto a cree en el cuadro que pintó Merimée. Claro que yo no he estudiado el tema y veo que don ja sí lo hecho. Con respeto lo que hago no es más que mostrar mi disgusto.
Este ir y venir entre mito y realidad, entre literatura y sociología es siempre interesante y a veces da tanta informacion sobre la realidad pasada como sobre la presente. Quiero decir que sin duda no es inocente que esta reflexión sobre la realidad de la Carmen de mérimée se haga ahora.
Un beso a todos.
Con respecto a la columna de ayer le Monde tiene un análisis sobre la importancia de la prensa y la importancia de las reacciones sobre la tal peli en los paises musulmanes que comparto totalmente: afuerza de anunciar que va a haber un problema, en efecto, lo hay.
Besos renovados.
Nos exhibimos como somos y luego nos quejamos del tópico. ¿O a ver quién cree que le dio muchas informaciones, reales o falsas, a los viajeros románticos o a este Merimée que no visitó el país a pie precisamente, sino bien introducido en la carroza de la condesa de Montijo, la madre de la Emperatriz que en su país llamaban «la Española».
¡Viva don Rafael de León!
Nos exhibimos… Quizás no como somos, mi respetado doctor, sino como nos vendemos. ¿Es de recibo que haya espectáculos donde una moza a pie, ‘baila sevillanas’ ante caballo y caballero? En mi candidez pienso que esa mujer bien podría lucir un ‘nicab’, como prenda de aún mayor sumisión. Solo faltaba que el jayán llevara garrocha y perdonen mi poca vergüenza.