El precio del trigo ha subido considerablemente este año con motivo de la mala cosecha mundial, nada menos que el 20 por ciento desde el mes de julio (hablo de Francia, gran referente por ser el gran productor) lo que ha supuesto pasar de 100 a 140 euros el valor de la tonelada. A los agricultores de secano, con PAC o sin PAC, los ha venido Dios ver con un abril frío, un mayo bajo las medias habituales, el excesivo calor de julio y un agosto húmedo al tiempo de meterle la hoz a la cosecha. De manera que el precio ha subido para alegría de sus cultivadores que saben que el incremento de la demanda (del consumo) ha rebajado los stocks disponibles poniéndoles a huevo el alza del precio. Se podría hacer (y se ha hecho, en cierta medida) una historia de la Humanidad y, sobre todo, de sus desdichas, al hilo de una crónica fiel de las evoluciones de ese precio –como intentó para Castilla un joven Gonzalo Anes hace medio siglo– que trajo de cabeza a hombres de Estado y arbitristas desde los tiempos en que el profeta bíblico alzaba su voz contra la especulación y el estraperlo, hasta la era reflexiva de Felipe II, cuando un sabio como don Pedro de Valencia enviaba al monarca desde su rincón extremeño, tras consultar en Alhájar con el maestro Arias Montano, sus graves consejos sobre los dos grandes asuntos que por entonces entretenían a la opinión pública: el precio del pan y la realidad de las brujas. Valencia fue duro exigiendo una disciplina severa en aquel subsector, como diríamos hoy, y sagaz intuyendo las causas del fraude brujeril, a un tiempo, en la ignorancia de unas y el interés de otros, como siglos más tarde haría Caro Baroja a propósito del enredo de Zagarramurdi. Pero en aquella fecha una subida como la presente habría tenido largas consecuencias repercutida sobre un alimento a la sazón básico en la dieta. Hoy, en cambio, no habría caso porque sabemos a ciencia cierta que el coste del trigo apenas representa un 5 por ciento en el precio final de la hogaza. Si don Pedro llega a ver cómo se confecciona en estos tiempos del cólera el IPC de nuestras esperanzas y desdichas probablemente hubiera enloquecido viendo que del precio del pan ni se acuerdan nuestros sabios economistas.
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Lo que no entiendo es cómo crece tanto esa demanda si el consumo diario desciende a ojos vista en función, no sólo de unas dietas generalizadas en un mundo de gordos, sino de una evolución de la dieta que no cuenta demasiado, cuando no excluye totalmente de la ingesta común, el pan nuestro de cada día. Todavía en esa quebrada oscura que ahora quieren iluminar los resentidos, es decir, en la última postguerra española, el control de las cosechas y la disciplina de sus precios constituía una cuestión de Estado especialmente cara al sindicalismo franquista , que había incluido el primer alimento en la triada sacra del sistema –“la Patria, el Pan y la Justicia”—aunque luego premiara a sus fieles precisamente con el beneficio de un estraperlo selectivo frente al que la rígida burocracia del ramo cerraba los ojos y los oídos. La mitad por lo menos de las cohortes que hicieron la Transición ayunaron lo suyo el “Año del Hambre” pro antonomasia que nadie se pone de acuerdo en precisar pero que toda la generación recuerda, y los más memoriosos entre ellos seguro que no han olvidado la imagen siniestra del acaparador con su puro en la barrera de feria o la simétrica figura de la pobre mujeruca revendiendo el ‘bollo’ casa por casa o en la escalera del Metro. No cabe duda de que hemos mejorado mucho cuando una subida del precio del trigo no inquieta siquiera a una opinión más escamada y pendiente de la hipoteca millonaria que del pan bendito. A nadie se le ocurriría hoy, por ejemplo, ofrecer un mendrugo de pan a un mendigo que quizá desayunó un bollicao y tal vez piense zamparse en la cena una pizza igualmente rica en colesterol. Montano, que almorzaba una rebanada candeal y cenaba una fresca lechuga, no lo hubiera entendido ni a la de tres.
Tiene este hombre más registros que un órgano catedralicio. Servidora se crió en pueblo con tren y durante años viajé en el ferrocarril a donde hiciera falta. Como faros paralelepípedos, verticales y ciegos, cerca de algunas estaciones se erguía el silo, donde el SNT, Servicio Nacional del Trigo, campaba por sus reales, con sus cuotas y sus fraudes. Recuerdo especialmente los de La Palma en Huelva y El Carpio en Córdoba. Ni sé qué haya sido de semejantes rascacielos agrícolas.
Hoy, por fortuna, los gurús de la dietética aconsejan de nuevo el uso de cereales, pan de trigo, y mejor si integral, aunque es frecuente encontrar en las llamadas boutiques del pan variedad de ellos, incluidos los adornados con distintas y valiosas semillas.
No hay que llamarse Valentín Fuster para aconsejar una rebanada de pan honrado con aceite de oliva virgen en el desayuno, ni para sugerir que se huya como de la peste de los sucedáneos -moldes, colines, frankfurteros o similares- que al leer los ingredientes, incluyen grasas vegetales, lagarto, lagarto, y un sin fin de aditivos que hacen temblar a cualquiera.
Y una coda. En el XVII ya adaptamos a tierras europeas el maíz y la patata, que o poco sé yo de historia -que es verdad que sé poco- pero que algo tuvo que ver la Comuna, el Terror y toda aquella convulsión francesa con las malas cosechas.
21:30
Pues si, doña Épi K, hoy ja se nos ha metido a economista.
“Si don Pedro llega a ver cómo se confecciona en estos tiempos del cólera el IPC”.
Pues yo también alucino no sólo porque el precio del pan no entre en el cómputo del IPC y sí el de los preservativos, que por cierto los regalan, sino porque el porcentaje de peso de cada uno de cada uno de los componentes ES SECRETO. Dice el Gobierno, éste y todos, que para evitar manipulaciones que puedan afectar a su cálculo.
¿Qué mayor manipulación que la aplicación arbitraria de los porcentajes decididas por un señor que depende del Gobierno?
Gracias don Grillo, por la explicación de ayer. Hoy toca otro pedido: no me pongan muchas siglas ¡que los pajolisios no las comprendemos todas.
Es verdad que tiene muchas cuerdas en el arco, nuestro anfitrion, y que el pan ya no es la base de la alimentación. También me pesa que los campesinos se alegren porque las cosechas son malas y así disminuyen las reservas!
23:38
No, doña Marta, los campesinos no se alegran de las malas cosechas, lo que pasa, generalmente es lo contrario. Cuando la cosecha viene buena los precios se hunden. Cuando un producto ha tenido buenos precios los que han hecho buen negocio repiten y los que no lo sembraron lo siembran y entonces, inevitablemente, el año siguiente se vuelven a hundir los precios.
También le suele suceder al campesino que cuando casi ve la cosecha en el granero le cae un pedrisco y la pierde casi entera. Este desastre, bastante corriente, ahora queda mitigado, sólo en parte, por el seguro.
Vaya, mi doña Sicard. Hoy me hace usted ir al diccionario para ver qué sean «los pajolisios», pero los online no traen la palabreja. ¿Me la explica?
¿Y si despabilaran un poquito, que ayer abrí cientos de veces -soy andaluz- el blogg y estuve de cirineo solitario ayudando a llevar la Cruz al Maestro hasta las tantas?