A los defensores de la tenencia de armas, que en estos días espolean a sus lobbies para que frenen la iniciativa de Obama de reducir o eliminar el arsenal que existe manos privadas, les ha hecho un pie agua el incidente de Kentucky en el que un niño de cinco años le ha descerrajado un tiro mortal a su hermanita de dos. “Son cosas que ocurren –ha comentado un responsable del lugar–. Yo sólo sé que ella está en el cielo ahora mismo y en buenas manos con el Señor”. Amén, pero en abril pasado otro niño de cuatro, se llevó por delante de un disparo a una mujer de cuarenta y ocho, y poco después un tercer, de la misma edad, dejó seco a un colega de 6 de un balazo en la cabeza. No, verdaderamente los hechos no se lo están poniendo fácil a los lobbies aunque, por supuesto, estos descalabros han ocurrido toda la vida en esos EEUU que garantizan constitucionalmente a sus ciudadanos la posesión y el uso, se supone que defensivo, de las armas de fuego. ¡Su primer rifle! Es por esa ingenua expresión, tan familiar en apariencia, por donde se rompe el argumentario en que se basa esa inveterada costumbre que no ha logrado en superar, en un par de siglos, la idea de autodefensa con que el derecho a portar armas fue otorgado a los pioneros en un país efervescente en el que todavía el poder no era lo suficientemente sólido como para reclamar el monopolio de la violencia. La ideología del derecho a las armas oculta malamente su verdadera causa: el miedo. El miedo y la ingenua sugestión de que la autodefensa sigue siendo necesaria dada la incapacidad de la sociedad organizada para garantizar la paz social en toda su compleja extensión. Un padre que enseña a su hijo el uso de las armas mortales, no cabe duda de que es un hombre profundamente inseguro y mínimamente estatalista, que cree que un colt es más eficaz de que ley y que un disparo a tiempo es siempre una victoria.
Obama perderá esta batalla, a pesar de las catástrofes que han conmovido hace poco a la sociedad americana, incluyendo estas tragedias infantiles. La marca Crickett vende esos rifles para alevines decorados en rojo, rosa o azul para acomodar la barbarie a la perceptiva de esos niños destinados espartanamente a la violencia por sus propios padres. El miedo es convincente y el lobby poderoso. América no ha sido nunca capaz de superar su edad de hierro en la que permanece con un fervor desde su convencimiento de que el Séptimo de Caballería suele llegar tarde en la vida.