Al filo del nuevo milenio, una iniciativa sociológica hispano-francesa planteó una encuesta requiriendo de la opinión profesional nada menos que la profecía sobre cuál sería el hecho colectivo que daría su color propio al nuevo siglo. La inmensa mayoría contestó prediciendo que serían las migraciones , y muy pocos fuimos los que opinamos que, sin menosprecio de aquellas, lo sería el turismo exponencial. ¿La prueba? No tienen más que salir a la calle en cualquiera de nuestras ciudades para comprobar, en medio del asfixiante aluvión turístico, la galopante secularización de nuestras sociedades incluso en los pueblos y capitales más levíticos. No faltan quienes vean en ese cambio un signo de progreso pero tampoco los que, de momento, sólo ven en él una mutación cultural del europeísmo histórico. El islam emergente ayuna en su Ramadán mientras la civilización clásica se atiborra en el chiringuito.