No recuerdo caso alguno –acaso con la excepción del desastre de Yugoeslavia—en que el disputado derecho de intervención internacional haya resultado tan difícil de decidir. ¿Por qué se han mantenido de brazos cruzados esas potencias justicieras mientras el tirano sirio ha provocado, al parecer, más de cien mil muertos incluidos los abatidos por el gas sarín? ¿Quizá un millar de víctimas gaseadas supone superar una imaginaria línea roja que no habrían logrado cruzar las otras noventa y nueve mil? ¿Quién le ha proporcionado a Siria –igual que anteriormente e Irán o a Irak—los materiales y las tecnologías imprescindibles para fabricar sus atroces ingenios sino las mismas potencias que ahora preparan su castigo? Podemos dejar estas preguntas en el aire, si se quiere, pero no el colapso efectivo de la ONU provocado por el derecho de veto, pues si ésta lleva razón en que cualquier acción no respaldada por ella es ilegal en sí misma, no es menos cierto que la estrategia de la intervención ha tocado fondo y no será aplicable en tanto las potencias privilegiadas mantengan el privilegio de legalizar o deslegalizar con su veto las acciones presuntamente reparadoras del orden internacional. Si se llega a la intervención en Siria sin el consentimiento pleno de la ONU habrá fracasado sin remedio la esperanza de que un árbitro colectivo –el viejo sueño de la Sociedad de Naciones—tenga en sus manos la balanza y la espada, y se habrá abierto la puerta a la arbitrariedad del más fuerte. ¿Pero, y si no se llega a ella y se abandona a su suerte a un pueblo entrillado entre la perfidia de un bárbaro y un rival en liza, como esa insensata Al Qaeda que amenaza al mundo libre? Incluso obviando el desastroso efecto regional que puede provocar, la intervención en Siria plantea una aporía casi imposible de superar.
La idea de una justicia internacional y un derecho de intervención garantes de un orden justo entre las naciones está en crisis definitiva. Nada se pudo hacer en Vietnam ni se quiso hacer en Camboya, ni un dedo se movió mientras serbios, bosnios y croatas se aniquilaban mutuamente o cuando los kurdos fueron gaseados sin compasión, ni un músculo ante las terribles guerras africanas. El orden internacional pierde pie en el piélago de la burocracia diplomática y los EEUU siguen sin adherirse siquiera al TPI. Y Asad lo sabe. Puede que hasta tenga descontadas de antemano las bajas de la dudosa intervención.
Grave cuestión, sin solución, probablemente. Al menos yo no encuentro ninguna. ¿Qué quiere decir «solución POLÍTICA»? ¿Y a qué conduce esa intervención»de castigo» que propugnan Obama y Hollande? Otra aporía, de esas que le gustan al anfitrión.
Ya es algo más que una cura de humildad la que el Anfitrión y mi querido don Pangly hacen y a la que me uno de lleno: hay demasiadas situaciones en que se enfrentan lo malo contra lo peor y ni siquiera se sabe quién sea el menos malo.
Como en tantas otras ocasiones, uno no tiene más que dudas sin certezas y preguntas sin respuestas.
Lo que sí es cierto, al menos para mí,, es que esas organizaciones supranacionales, tanto en un campo como en otro, tienen mucho más de cáscara vacía que de contenido. Siempre pongo el ejemplo de un personaje de la OMS, con el que coincidía en la mesa de comedor durante unas jornadas, cuando la revolución médica de los ochenta. Era un perfecto garrulo que pontificaba sobre todo. Y con algunas herejías de analfabeto funcional.