Sansón Carrasco llevaba razón: nunca segundas partes fueron buenas. Y no lo fue el debatillo de antier, tan flojo, tan repetitivo, tan encrespado. Ni querría ni espero que el domingo el personal se quede en casa en lugar de ir a votar, pero tras soportar estos mediocres espectáculos, la verdad es que no sería extraño. Nuestra dirigencia no da más que para la porfía, el refilonazo y la descalificación, y eso no es bueno para la confianza pública. Dos debates no han servido, probablemente, más que para desmoralizar aún más a la gente y dejar claro que la representación política está sobrevalorada en exceso. Es triste, pero no cabe duda de que un creciente descrédito mina los fundamentos de nuestro sistema de libertades.