Los papas han calzado tradicionalmente finos zapatos rojos. Por eso causó gran impresión la imagen televisada del nuevo pontífice luciendo un par de zapatones gastados bajo la sotana blanca, en abierta ruptura con una tradición que tal vez se pretendía olvidar. Sin embargo, durante su viaje a México en 2012, Benedicto XVI fue obsequiado con unos zapatos marrones de artesanía que, al parecer, ha adoptado con gusto, según el testimonio del portavoz Federico Lombardi. El regalo fue atención de una empresa de León, en el estado de Guanajuato, y su aceptación parece que ha provocado un incremento de su producción cercano al 30 por ciento, como consecuencia de los numerosos pedidos procedentes “del mundo entero” que se han recibido desde que la noticia fue divulgada. Los zapateros de León, que andaban preocupados con la competencia china que favorece la bajada de los aranceles, han visto compensados de sobra esa desventaja con los efectos de la publicidad que les ha supuesto verse convertidos de la noche a la mañana en los proveedores exclusivos de todo un Vaticano. Lo que va de siglo no habrá conocido, seguramente, un fenómeno publicitario comparable a este de los zapatos marrones del papa que, por alguna razón que se me oculta, tienta desde entonces al laicado mundial. Un viaje del papa puede dar mucho de sí, y no solamente, como puede verse, en el ámbito espiritual sino también en ese terreno movedizo sobre el que se desliza la inquieta demanda en una aldea global en la que no hay lugar para los secretos y en la que la moda tiraniza a la opinión como lo hizo siempre. Un papa pesa mucho, qué duda cabe, no sólo junto al baldaquino de Bernini sino en pleno territorio de los “cristeros” mexicanos.
Nada escapa a la propaganda en la sociedad medial, hasta el mínimo motivo es recogido y procesado por el sensible cerebro colectivo, tan sumiso a las novedades que es capaz de promocionar una marca de zapatos apoyado solamente en la fotografía de unos pies que, por si fuera poco, no exigen porcentaje alguno a cambio. Pero yo creo que el caso debe hacernos reflexionar sobre el peso específico del papa incluso en esta sociedad tan secularizada que ve cómo caen en picado sus índices de frecuentación sacramental, sin que su pontífice deje de ser un símbolo de inmensa influencia. Ya me dirán quién se acuerda a estas alturas de las sandalias del Pescador.
Un papa es un gran reclamo. De Ratzinger se criticaban sus mocasines especiales y carísimos y de Francisco se elogian sus zapatones trabajados. Estos no se pondrán de moda, seguro que no, pero estoy seguro de que otras acciones suyas sí que van a estarlo. Yo que el Papa no prescindiría de de un «probador» de viandas, por si acaso.
Este Papa va a dar mucho de sí, temo y deseo. Temo por él, deseo por sus fieles.
No creo que los sastres romanos estén preocupados por el torpe aliño indumentario de Bergoglio. Ni los zapateros a medida. Bien sabida es la dolce vita que se dan la mayoría de los curiales.
Y el comentario de mi don Santi es delicadamente ingenuo. Si alguna mano inicua decide pasaportar al bueno de Francisco, no creo que sea a través de las artes coquinarias.
Aunque no estaría de más que Francisco instituyera la autopsia a todo papa que toma la barca.
La sugerencia última de don Epi va a misa, como quien dice. Hay mil maneras –en el Vaticano desde el siglo XVI por lo menos– de darle el pasaporte a una criatura, consagrada o laica. Negarse a la autopsia como ya ocurrió cuando Juan Pablo I, q. e. G. e., resulta demasiado sospechoso. Por segunda vez en tan coro periodo supondría un descrédito absoluto.
Este pontífice está haciendo algo más que gestos, no hay duda de ello, como lo demuestra el arresto de ese monseñor traficante de dineros que ha sido encarcelado, o la orden de investigar la banca vaticana. No sean ustedes tremendistas, queridos amigos, ni vean la vida como una entrega más de «El padrino» de Coppola. De momento, para los cristianos profundos, esto marcha bien. Yo diría que extrañamente bien. Tengamos la precaución de aguardar a los acontecimientos antes de ver «películas».
Una agnóstica y una creyente, y he aquí que ambas coincidimos en que este papa puede ser un papazo en la chola tonsurada de algunos. Muy sagaz el «aviso» de Santi y la estupenda precisión de Epi. Con venenos como los que gasta ahora el KGB a ver quién se va a meter a envenenar una cena frugal…
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