El golpismo es hoy poco probable, incluso inverosímil, en nuestro marco internacional. Hasta los fenómenos históricos más tenaces acaban siendo liquidados por el tiempo –iba a decir, por el progreso—una vez esfumada su circunstancia. Entre los europeos, por ejemplo la aporía de la crisis ha permitido, sin embargo, oír por aquí y por allá alguna sugerencia de solución castrense no sólo en Grecia, país al que su permanente confrontación con Turquía permite tener un ejército potente, sino en Portugal, donde ciertamente se ha debilitado mucho su estructura. Escuchen a Otelo Saraiva de Carvalho aprovechar el río revuelto del descontento provocado por las durísimas medidas de ajuste adoptadas en el país: “El sitio de los militares no está en una manifestación callejera. Más allá de los límites, su acción debe consistir en una operación militar para derribar al Gobierno”. Así de claro. ¿Razón? Pues porque para eso “tienen armas” y poseen como estamento “una tendencia para establecer un determinado límite a la actuación de la clase política”. En fin, Otelo es un terrorista, condenado e indultado absurdamente por el Gobierno –a la vista está–, pero no es sólo su voz la que se escucha resonar hoy por ahí. Es verdad, por lo demás, que, como sostiene Amando de Miguel, en Grecia al menos queda la garantía de que ese ejército compra sus armas a Francia y Alemania y no iban a ser éstas mercaderes quiene permitieran la catástrofe de su cliente Y en cuanto a Portugal –donde estos días no cesan las asambleas y las manifestaciones de uniforme—parece poco probable una involución de ese cariz por mucho que graznen los nostálgicos de la “revoluçao dos cravos”. Oigo decir desde allá que Otelo es una anécdota. Seguro, pero no me digan que no proyecta una incómoda sugestión.
La mera ocurrencia del recurso golpista, aunque sea teórica, da una idea del desconcierto en que se halla sumida la clase política y, con ella, la opinión pública, ésta, todo debe decirse, un poco en plan de ciudad alegre y confiada. La propuesta tecnocrática de Monti, por otro lado, no es más que la confirmación de ese fracaso político al que no se imputa la responsabilidad impersonal de la crisis, faltaría más, pero en la que nadie confía como gestora de un torbellino que lleva engullidos ya tres países y amenaza con tragarnos a nosotros mismos. ¿Será que no acabamos de darnos cuenta de la gravedad de este seísmo y vivimos indiferentes a los pies del volcán? Personalmente no temo a los iluminados como Otelo –ese Ché con sifón—sino a un eventual error de perspectiva en los aparentemente cuerdos. Nunca se sabe qué puede ocurrir cuando el templo se nos viene encima.
Yo creo que los indultos deberían se condicionales y reversibles.
El fenómeno ha pasado desapercibido, sin duda, en parte, por su incolvencia, pero también porque el tema inspira miedo a los comentaristas. Yo creo que jagm lo ha explicado con rigor y no sin dureza, despreciando lo que hoy resulta inverosímil.
Me ha sorprendido esa referencia a Portugal que no había visto en la prensa. Ese Otelo ha estado siempre un poco loco, y su actuación terrorista acabó probándolo. Por cierto, mis amigos de Coimbra bromeaban sobre él con que había servido a todos los regímenes con igual entusiasmo, inlcluida la dictadura de Salazar. Quizá le echa de menos.
Lo último es verdad, lo anterior también. En Portugal sobran locos, no nos hacía falta más que este que el autor del escrito llama muy bien «iluminado».
Siempr hay y habrá locos sueltos. Las hipótesis de golpe no han sido, desdpués de todo, tan frívolamente temerarias como las que han hablado de la guerra como «salida» de la crisis. Y se ha hablado, y mucho, por desgracia, aunque haya sido en tono menor.
Aquí, por suerte, no hay que pensar en semejantes novelas, incluso si hoy ganaran lo que ganar no debieran y espero que ustedes me entiendan.