Hay quien sostiene que, en los pródromos del revolución portuguesa que echó abajo la larga dictadura salazarista, fue mucho más útil a los propósitos de los revolucionarios la difusión del escandaloso dato sobre la exigua proporción de ricos que acaparaban la riqueza nacional, que todo el efecto romántico felizmente asociado a la revuelta de los capitanes, es decir a aquello que se llamó el “espíritu de Grandola”. Y tiene lógica. Pocas cosas rebelan a la gente tanto como que les demuestren que son muy pocos los que se llevan la mayor parte en el reparto del producto nacional, un dato siempre difícil de controlar pero, en última instancia, asequible como lo demuestra ese reciente informe del Crédit Suisse divulgado en la prensa europea que calcula el total de la fortuna millonaria mundial en 50 billones de euros y el volumen de los beneficiarios de semejante bicoca en un ínfimo 0’5 por ciento de la población mundial. Uno de cada diez de esos potentados viven en Francia, uno de cada quince en Gran Bretaña, uno de cada veinte en Alemania…, con independencia de que sólo en los EEUU figuren casi 47.000 de ellos, en Australia más de 72.000, en Dinamarca una cifra algo superior a ésa, y en Suiza, el país feliz del chocolate y el reloj de cuco, nada menos que 88.600. Y un dato tremendo: que esos 50 billones de euros, el 35 por ciento de la riqueza del planeta, es propiedad de un 0’5 por ciento de su población. En España, un 0’50 de los propietarios –ricos entre los 5 y los 10 millones de euros—quedan aún lejos de sus homólogos extranjeros, pero no deja de tener interés subrayar que en este país en cuadro hay casi 84.000 millonetis que poseen entre uno y cinco millones de euros. En un país con cuatro millones de parados y que se dirige incontenible hacia los cinco, no está mal que digamos.
Habrá que idear una nueva sociología capaz de dar razón de un tráfico que permite la formación de fortunas colosales como las que cada día van apareciendo, pero sobre todo no estaría de más ir pensando en dar con una fórmula fiscal razonable que limite el crecimiento desmesurado y garantice en lo posible un equilibrio que la nueva ingeniería financiera parece empeñada en negar. Nadie en el paraíso neoliberal va a cuestionar el derecho a la riqueza pero algo habrá que hacer para limitar excesos que el propio sistema reconoce ya como insostenibles. Comentábamos aquí hace poco que Bill Gates y un colega parecen dispuestos a echar a perros la mitad de sus respectivas fortunas y es evidente que cuando eso es posible algo ha crujido en los cimientos de la economía tradicional. Los clásicos representaban a la Fortuna apoyada de puntillas en una inestable esfera. Tenemos mucho que aprender de los clásicos, seguramente.
De acuerdo , jefe. ahora ¿qué hacemos, si parece que la úica solución es poner una o dos bombas en algún banco a ver si se enteran?
Besos a los que hubiere.