Durante una breve licencia en la patria, un misionero me cuenta y no acaba de las misiones, de sus grandezas y sus miserias. Pieza fundamental de su relato es la creencia bárbara, según él vigente aún en un muchos países del África profunda, de que el SIDA sólo se cura si el contagiado yace con una virgen, costumbre que, como es natural, ha funcionado como un activo multiplicador de la abominable epidemia, y frente a la cual poco han podido los civilizados razonamientos del misionero frente a los consejos del chamán. Le he contado, a cambio, el caso de Luis VIII, marido de Blanca de Castilla y padre del rey san Luis, que reinó en Francia, a quien, aquejado de una grave enfermedad –probablemente disentería o fiebre palúdica—los médicos aconsejaron, a la vista del fracaso de los remedios convencionales, yacer con una virgen que tuvieron la osadía de meterle en el tálamo y a la que el rey, al despertar, obligó a apearse de él pronunciando una frase que ha quedado emparejada con los deliquios de Abelardo: “Estoy enamorado de mi mujer”. Es larga la tradición médica que establece relación entre abstinencia y la enfermedad –Luis VIII la guardaba por estar en campaña contra los cátaros–, y en ella se inscriben esos matasanos que quisieron curar al breve y fiel monarca alegrándole la pajarilla. La batalla entre médicos y moralistas se ha prologado a través de los siglos, en un caso considerando al sexo como origen del mal, y en otro, al revés, esto es, achacándole la enfermedad a la continencia del enfermo, un empeño que no desdeñaron ni hipocráticos ni galénicos. El sexo se empareja con el Mal en muchas culturas por más que no haya ninguna que lo desdeñe, y el caso que me refiere mi amigo misionero no iba a ser una excepción.
No me pidan que ponga en pie la cita, pero por ahí tengo arrumbada una inolvidable opinión, que más o menos venía a decir que, en cuestión de sexo, los simples son demasiado simples y los inteligentes no lo son en medida suficiente. Gran verdad. Mi misionero tal vez ignora que las temibles estadísticas africanas del SIDA se andan por ahí por ahí con las registradas en las universidades rusas y probablemente por debajo que lo anduvieron respecto a las californianas, pero tampoco he querido enredarle aún más la madeja. El problema del sexo es que hay demasiada gente, incluyendo a los médicos, que lo lleva, no en la entrepierna, sino en plena duramadre o acaso en el cerebro reptiliano.
Bien traída, vive Dios, la anécdota de Enrique VIII, y gracias por especificar quien era ese rey francés, porque en España –soy prof de Historia– le garantizo que poca genete tendrá en la cabeza el asunto. Claro, usted estudió en un licedo francés y así cualquiera…
No dice usted nada de la responnsabilidad de la Iglesias y el empecinamiento con que prohibe los condones. Y creo que debería decirlo, Aparte de eso estoy muy de acuerdo con su columna, como suelo estarlo.
Bonito ese de las prescripciones médicas del sexo. Y el ejemplo del rey que me figuro que su amigo el misionero se tragaría muy divertido. Creo que lleva razón Justine al reclamarle aludir a la responsabilidad de la Iglesia, aunque olvide lo que se le debe a esas misiones, que también son de Ella.
Deliciosa la frase real, que hoy resultaría casi unaudita, y excelente el recuerdo de aquel rey memorable a pesar de su relativa brevedad. Y la tesis, especialmente refundida en la frase final que incluye hasta a los médicos.
Lo que me resulta excesiva es la exigencia de que ja se refiera a la Iglesia como culpable añadido. Recuerdo que lo ha hecho más de una vez y más de dos. Y por si hay retintín en esas demandas, conste que nuestro amigo es un espíritu libre, al margen de sus creencias. Siempre lo fue, doy fe.
Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Todo chamán, incluídos los de la Santa Madre, agarran al h. sapiens por el crecimiento (la comida) y el sexo (mucho más que la función reproductora, of course. El ejemplo de esto último es que en la S.C. A. y R., unos célibes pontifican sobre lo que teóricamente no tienen ni pt idea).
Pero lo que está incrustado en ese mencionado cerebro reptiliano no tiene enmienda. Yo diría que hasta en el «cerebro vegetal».
(Mi querido y respetado don Max: no teclee tan rápido que el Anfitrión no nombra a Enrique, sino a Luis. Y el licedo donde estudió JA, no estaría en Bilbado, ¿verdad? ja ja ja. Con todo afecto).
Desconocía por completo la anécdota de Luis VIII, pero no me extraña: Blanca de Castilla era una señora extraordinaria, bella, piadosa, inteligente, enérgica, supo ayudar a su esposo y mantener el reino unido. Ya quisiéramos algo semejante hoy en día.
La creencia que la virginidad de la mujer cura al hombre de su enfermedad es algo terrible que , además, les incita a la violación.
Besos a todos.