A todos nos preocupa el deterioro de la memoria. Con la edad aumentan esos “despistes” en que, de pronto, te olvidas de un título memorable o del nombre de tu cuñada. Sabemos poco de la memoria a pesar de lo mucho que se lleva investigado, por más que repitamos la evidencia de que el olvido –esa higiene del conocimiento—resulta tan imprescindible como el recuerdo. A nuestro Cajal le gustaba hablar de la “plasticidad”, que es la capacidad que tiene nuestro aparejo neuronal de establecer nuevas conexiones autocompensándose con la pérdida de otras más viejas. El terror que nos inspira el limbo de la amnesia no tiene por qué ser menos que el que sugiere el averno de la hipermnesia o exceso de memoria, de la que hay casos tan célebres como el del ruso Solomon Shereshewskii que vivió hasta la locura la condena paradójica de no poder olvidar un solo detalle de su vida, malviviendo como espectáculo de sí mismo en tabernas y burdeles antes de meterse a taxista y morir solitario en una calle perdida de Moscú. Siempre he pensado que Borges pudo conocer el caso de Solomon antes de escribir su espléndida y aterradora fábula sobre “Funes, el memorioso”, aquel mozo que se desvivía en su insania tratando de inventar un vocabulario sin fin para sustituir a la numeración y un catálogo capaz de incluir a todas las imágenes del recuerdo, y que alguna vez le confesaría, supuestamente, que su memoria era “como un vaciadero de basuras”. Terencio sentenció en su fórmula “ne quid nimis”, que todo exceso es malo, incluso el de lo bueno, que en el justo medio reside siempre en el equilibrio que ni se pasa ni deja de llegar. Nada más cierto que la memoria es la vida. Ni que sin el olvido, divino bálsamo, vivir resultaría insoportable.
Nada menos que en el MIT y en el NIH hay grupos de estudiosos que esperan planificar y aumentar algún día la memoria activando eléctricamente la zona cerebral responsable de los recuerdos. Contra lo que parece que no hay remedio en contra de esa polución que abarrota la mente acumulando en ella esos residuos vitales en los que el moralismo de todas las épocas fundó su noción de “conciencia”. Entre la desmemoria y el recuerdo abrumador, la resignada razón de Cioran: sólo las deficiencias de la imaginación y la memoria hacen posible la vida. El problema está en que mañana no me acordaré acaso ni de dónde leí un día este concepto ni del nombre de quien lo acuñó, y me estallará en las manos la evidencia de que, en definitiva, vivir es recordar. “Ne quid nimis”. La monja Roswitha escribió teologías para que sus novicias no se engolfaran leyendo a Terencio. Me parece que no le faltaba alguna razón.
Cioran es un Maestro, con mayuscula (perdonen la falta de acentos: en este teclado no los hay).
Tengo un pavor a esa enfermedad y sin embargo, hoy por hoy, doy por buenos todas las consecuencias de mi desmemoria: me han hecho la vida mucho mas grata.
Besos a todos.
Le felicito por la esclente aolcumna, tan bien documentada como interpertada. La memoria es un misterio excepcional que desvela a los neurólogos y a todos nos inquieta. Como usted dice, también yo me olvido a veces del nombre de mi cuñana aunque puede que en mi caso se trate de memoria selectiva.
El término medio, una vez más, como siempre en la vida. Si les digo m i verdad hay demasiadas cosas de mi vida que prefiero no recordar a pesar de que se dice que la memoria es la vida de los mayores como yo, para los cuales el presente ofrece cada día menos campo. Hay recuerdos sin los que no podríamos vivir y otros con los que acabaríamos locos. El tema no puede ser más interesante.
No tenía noticia de ese síndrome de que habla, pero debe de ser terrible no poder olvidar. La vida sin el «bálsamo» del olvido sería terrible. Tal como está la vida apetece en muchas ocasiones «borrarlo» todo y levantarse cada mañana con la «tabula rasa» de que hablaban los antiguos.
La memoria, caprichosa como pocas facultades, es piadosa por suerte. No sé los demás, pero yo confieso que agradezco el velo tenue que con el tiempo la memoria va interponiendo entre lo pasado y nuestra conciencia actual. Si tuviéramos que vivir siempre con absoluta fidelidad nuestros recuerdos no habría quien resistiera.
Tengo entendido que los neurofisiólogos han avanzado mucho en este terreno y que, por el lado de las células-madre, también se vislumbran ya soluciones al fracaso de la facultad de la memoria, que, en efecto, es la vida, para bien y para mal. Lo malo es que los pérfidos no se ven abrumados por la memoria-conciencia de manera que, una vez más, son los menos malos quienes sufren los inconvenientes. Aún así la memoria es sagrada y siempre he pensado que recordar es lo que hace al hombre realmente diferente.
Como siempre, lo que más me ha gustado hoy es la propia memoria literaria del autor, el caso del ruso que nos cuenta y su sospecha –lógica– de que tal vez Borges la conociera antes de escribir lo de Funes el memorioso. JAGM nos incita a leer día tras día y eso es bueno. Caso raro, por cierto, ya que sus compis suelen leer poco. Agradezcámoselo.