En una visita que Franco hizo a Huelva a mediados de los años 50, dio un discurso memorable siquiera por una acicalada frase que recuerdo de memoria: “Dicen que no queremos una democracia –se lamentó retórico el dictador. Lo que no queremos es una como aquella que, en el primer plebiscito, gritó ¡Queremos a Barrabás!”. Nunca la he olvidado, ya digo, pero en estos tiempos del cólera que estamos viviendo se me viene a las mientes, cada vez con más incómoda frecuencia, en especial cuando las encuestas avisan de que, aunque en la masa se observe que ha crecido la disforia (disculpen el podemismo), la intención de voto bascula aún indecisa sin decidirse a romper de una vez con el grave equívoco que supone creer que se vota fielmente a un partido que hace tiempo que ha dejado de ser lo que era: el PSOE.
Si el sanchismo perdura no es por mérito propio sino por esa rara inercia que mantiene a remolque un electorado para el que ni el fraude manifiesto de su tesis ni la vergonzante alianza con la morralla antisistema, ni el actual cataclismo legislativo o sus descorteses gestos hacia el jefe del Estado, bastan para repudiarlo. ¡Queremos a Barrabás!, ¿lo ven?
Ese voto terciado entre inocente y contumaz parece haber olvidado la suerte que la socialdemocracia –es decir, los PS europeos— ha sufrido en bien pocos años. ¿Qué queda del bonapartista y altivo PSF de Mitterrand sino una minoría desorientada? ¿Qué del PASOC de los Papandreu o del PSI de Craxi sino unas sombras irreconocibles? En menos que cantó un gallo esos históricos referentes –todos ellos partidos de Gobierno— han pasado del prestigio político a la inopia sin aprovechar siquiera el derrumbe paralelo sufridos por los PC con los que competían. ¿No entrará en la dura mollera del electorado esa terminante señal de alarma que ha permitido a los populismos más o menos peronistas ocupar su vasto y decisivo espacio? ¿O será preciso contemplar las ruinas del templo para que se percate de la desmesura de Sansón?
No me gusta el tramposo aforismo que afirma que “cada pueblo tiene lo que se merece” en la medida en que responde a cierto desdén dialéctico que nada tiene que ver con la constatación de que el ejercicio insensato del sufragio conduce inevitablemente al desastre. Si el sanchismo actual, por ejemplo, difícilmente puede pervertir ya más la gestión de la democracia no es por efecto de su virtud sino por el inexplicable atolondramiento de una parroquia tan fiel a la imagen antigua de sus siglas como cómplice de abusos tan evidentes que a punto están de dar al traste con el sistema de libertades que tanto nos costó aparejar. ¡Queremos a Barrabás! Veinte siglos después, a Pilatos le basta y le sobra con lavarse las manos.