Las minervas que cuidan de la integridad y la salud en ese paraíso de las mafias que es la Rusia postsoviética, han decidido –en una acción que Andrés Marín calificaba ayer de ‘extravagante’ y lo es—vetar la importación a aquel gran país de los exclusivos productos de nuestros cerdos. Con su pan se lo ayunen. Hay mercados de sobra en el planeta para nuestros jamones y embutidos, tantos que es de temer que acaben poniéndonos por las nubes a sus genuinos productores el inmemorial placer de su consumo. Aparte de que no hay que descartar que el fantasma de la gripe haya servido los propósitos de alguna de esas organizaciones que acaso buscan mercados más favorables a sus intereses. Rusia es hoy un cachondeo y algo peor. Son cosas que conviene saber para poner las demás en su sitio.