Un siempre generoso Francisco Ayala me regaló un día, durante una visita a su casa madrileña de Marqués de Cuba, un libro que me ha dado mucho que pensar en esta vida. Era la “Historia de la Cultura” de Alfred Weber que había traducido en el exilio mexicano el otro “mediosociólogo”, como él decía, es decir, Luis Recasens Siches, aquel discípulo dilecto de Ortega que había explotado tanto el arsenal fenomenológico de Max Scheler como la sabiduría de Dilthey. He releído ahora ese libro, con gratitud, para descubrir un pasaje, encastrado ya casi al final de la obra, en que el autor se plantea el futuro de Occidente desde la perspectiva de entreguerras pero con una singularísima acuidad que le permite entrever un futuro planetario en el que las potencias emergentes (él hablaría de “culturas” más bien) serían, sin duda, la lejana Asia, India y el complejo mundo islámico, no sólo por poseer “gigantescos tesoros de materias primas” sino por disponer de “grandes masas de trabajo semidesocupado pero entrenadas”. Lo que ya se sabía de Japón en aquel tenso inicio de siglo, no hacía de él, a los ojos de una sociología de la cultura, más que en “un mero heraldo” de la que se avecinaba, pues las áreas antes aludidas habrían de convertirse “en un futuro próximo, en la mayor zona de nuevo desarrollo del capitalismo”, aunque Weber tenía claro que el proceso de conversión a ese sistema económico sería mucho más rápido y eficaz en China (“Asia Oriental” decía él) que en el subcontinente indio o en el mosaico islámico. Pero su visión no se detenía ahí, sino que penetraba hasta contemplar “la irrupción de las masas desde abajo”, en la línea en que Ortega había entrevisto ese hecho trascendental en Occidente. El sabio tiene visiones que puede que retrasen su aparición pero que acaban fraguando en la realidad con ese pedernal infrangible que es la evidencia. Lo que a mediados de los años 30 vislumbró Alfred Weber es hoy simple lugar común y pasto de telediario.
Quizá haya por ahí en estos momentos algún vigía hipermétrope que columbre ya en su perfil exacto la silueta de esta crisis de la que cada cual mantiene su hipótesis pero de la que nadie tiene una idea cabal, como entonces nadie en sus cabales osaba apuntar hacia esos retrasados de la Historia como futuros y próximos protagonistas. “Lo viejo no se ha desarrollado todavía lo suficiente ni lo nuevo se ha incorporado aún lo bastante”, decía el sabio entonces, como para dejar paso a un nuevo sentido de la vida. A la sombra de los rascacielos de Shangai y entre nuestras tinieblas, hoy a nosotros no nos queda más que admirarnos de la sagacidad del profetismo científico.
¡¡¡ Toma ya ¡¡¡
No sé por dónde va don Marcos, pero a mí me ha encantado el recuerdo de Alfred Weber y su profecía. Leer la Historia del revés es un ejercicio muchas veces estupendo porque nos encontramos por ahí detrás avisos rotundos de lo que hoy nos acontece.
La predicción sobre el auge chino es vieja. He consulktado yo también lo de A. Weber y, en efecto, es sorprendente la precisión con que describe entonces algo que tanto se parece a lo que ocurre en estos desdichados momentos. La Historia sirve para entender el pasado pero también para prevenir el futuro.
Lo grave, para nosotros, no es el auge chino, sino la invasión capitalista y ventagista que nos invade junto con la humana.
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Ningún país occidental puede oponer reparos porque China, con vender deuda, puede poner de rodillas a cualquier gobierno.
Es que lo que la columna apunta no es una cuestión de legitimidades, don Griyo, sino un hecho entrevisto hace muchos decenios por un sabio olvidado. Y subrayar que el historiador cultural tiene mucho que decir de cara al futuro como mucho tiene que decir sobre el pasado.