Se va haciendo cada día más enojoso disuadir a los desencantados de la democracia. Son demasiados los abusos, los escándalos, las defecciones y hasta las traiciones, y ello explica que el humor democrático vaya decayendo, y desmerezca a ojos vista el nimbo del entusiasmo. Pero más allá de las decepciones diarias dificulta la labor de rearmar las esperanzas públicas esa dialéctica nefasta que –más que nunca en una sociedad medial como la que vivimos—nos va descubriendo día tras día el mecanismo de sustitución en virtud del cual cada alarma pública se ve eclipsada en poco tiempo al ser sustituida por otra tanto o más desasosegante, que tampoco tardará en ceder el titular a una nueva y descarada desfachatez.
Miren alrededor y consideren la celeridad con que –por alegar sólo ejemplos recientes—la escalofriante escena de la valla de Melilla, escamoteada a la opinión por Interior, fue olvidada en cuanto Sánchez, acosado sin remedio por ERC y los herederos de ETA para amnistiar de hecho a los golpistas catalanes, anunció la indecente derogación del delito de sedición y cómo, a su vez, esta desahogada deslealtad constitucional decayó en titulares para ceder su puesto a la proyectada anulación de la malversación de caudales, que sería sepultado a su vez por el estropicio de esa “ley del sí es sí” que consagra, de momento, el fracaso procesal de una normativa vigente, maltrecha entre la impericia y el fanatismo ideológico.
Tal como la oruga procesionaria avanza encadenándose entre sí, una actualidad política decaída sin remedio hasta niveles infames, favorece la impunidad del politicastro que confía en que su exposición a la evidencia se diluirá, más pronto que tarde, opacada por algún otro motivo, en un imparable carrusel de desmanes y desafueros. Si un rapero insolvente alardea de ciscarse en la divinidad tendrá asegurado el relevo –aparte de la casi segura impunidad– cuando cualquier otro maula proponga galanamente asesinar al Rey, de igual modo que un indulto masivo de lesa patria se verá opacado pronto por un saqueo descomunal, sin que la responsabilidad del Gobierno, amparada por las minorías anticonstitucionales, resulte afectada, ni los transgresores paguen sus culpas con las penas correspondientes. Temía Luís Martín Santos en su célebre novela que el ascenso sin pausa del repugnante lepidóptero que asola nuestros pinares no cejaría hasta liquidar el árbol al destruir su copa. Curiosamente, en el caso de nuestra plaga política el devastador insecto no ha prosperado de abajo arriba sino que ha empezado decidido su faena por la copa misma.