A juzgar por una primera impresión, no parece que vaya a resultarle fácil al futuro Gobierno autónomo bandearse en su Parlamento. No había más que oír jurar el cargo a sus Señorías para entrever la fractura íntima de una Cámara que precisa de tres fórmulas promisorias –cuesta entender, desde luego, por qué no se establece una reglamentaria— para algo tan sencillo. Así, a los diputados, digamos, “constitucionalistas” les bastaba con un “sí” (juro o prometo) rotundo para superar el rito y a los señalados como radicales de la Derecha con añadir un “por España” no poco equívoco acompañado de un “prometo”, mientras que los de las llamadas “izquierdas” ofrecieron un recital de retórica declarativa, en ocasiones tan extravagante como alguno que se autoproclamó “enemigo” del racismo y de la transfobia (¡) además de ecofeminista. El Parlamento se estrenó como un circo de tres pistas en el que, eso sí, los funámbulos y los payasos circulaban ajenos a toda autoridad.
¿Lograrán gobernar en paz y concordia socios que, más allá de competir a cara de perro por un mismo nicho electoral, hasta antier se tildaban entre sí de corruptos? ¿Cómo explicará alguno de esos socios su tácita pero efectiva aceptación del indispensable apoyo recibido de los mismos que con insistencia rechaza por “ultras”? ¿Tendrán éstos últimos, conscientes de la trascendencia de su humildad, la sensatez de aceptar su papel de “convidados de piedra” con tal de apartar del poder a quienes, sin ambages, los califican nada menos que de traidores?
No será fácil sustituir a un “régimen” del que se hereda, aparte de una espesa red clientelar, una Administración controlada desde siempre y una impredecible sentina en la que se acumula el despropósito de casi cuatro décadas de autocracia incontestada. No cabe esperar lealtad de una Oposición triturada casi por sorpresa y con escasas posibilidades de recuperar el terreno perdido, que muy probablemente dedicará su esfuerzo íntegro a torpedear toda iniciativa de cambio. Pero más delicado es, si cabe, el papel de los propios socios de Gobierno, hasta ahora irreconciliables, pero cuya responsabilidad adquirida en su acuerdo de gobierno tal vez fuerce a entenderse. Con las Izquierdas enfrentadas y las Derechas disimulando a duras penas la señal de Caín, el nuevo paisaje político está por perfilar. Es posible que ni unas ni otras se hayan percatado de que la aventura que ahora se inicia tendrá que consistir, además de en barrer y fregar a fondo la casa pública (con perdón), en fundamentar una autonomía capaz de sacudir unas estructuras andaluzas que han atravesado la Historia rebotando de feudalismo en feudalismo.