Temo haber perdido un buen rato hojeando –sólo hojeando: apenas cien interminables páginas—una de esas novedades que revolucionan el mercado literario un año sí y el siguiente también. Se trataba en esta ocasión de una novela, “Du temps qu’on existait”, con la que su autor, Marien Defalvar, está barriendo en las librerías de media Europa echando por delante que la habría comenzado a escribir cuando aún no contaba ni con 16 años, es decir, nuevamente, chispa más o menos, el cuento del alfajor que vivimos el año pasado a propósito de la escrita por una erotóloga de apenas 15 abriles, una tal Carmen Bramly, que vista de cerca daba una imagen híbrida de Pedro Mata y Corín Tellado, a pesar de lo cual vendió lo indecible y, lo que ya es peor, obtuvo alguna que otra buena crítica. Francia cultivó siempre este negocio de la precocidad, cuyo símbolo máximo será siempre el gran Rimbaud que, antes de meterse en la trata de esclavos, escribió sus “Iluminaciones” entre los 16 y los 20 añitos, pero en los últimos años, por lo que se ve, sus editores funcionan con el modelo antiguo que les permitió enriquecerse con la Sagan y su “Bonjour, tristesse” o con aquel Radiguet al que Cocteau protegió tanto –él sabría por qué razones, que en eso no entro—con su precocísima “El diablo en el cuerpo” pronto olvidada a pesar de los guiños recibidos de monstruos hechos y derechos como Paul Moran y Tristan Tzara. El récord en la competición quizá se lo debamos reservar a aquella poetisa ¡de ocho años!, Minou Drouet, cuyos versos nadie duda a estas alturas que fueron escritos por mamá, pero lo interesante del negocio está en la curiosa atracción que ejerce sobre un amplio sector del público el señuelo de la precocidad. Porque ya sabemos que esa rareza existe –ahí está nuestro gran Lope, del que dice beatamente Montalbán que llegó a dictar sus buenas razones cuando aún no sabía escribir por sí solo, o el caso de las geometrías adolescentes de Pascal—pero quizá convenga mantenerse en la idea –seguro que anticomercial– de que toda obra de creación exige el prerrequisito de la madurez. Es la última vez que me la dan los críticos y las famas, palabra.
La precocidad suele ser un espejismo y un negocio, y más en una sociedad con tanta capacidad publicitaria como la nuestra, en la que penetra hasta en las Administraciones más serías la obsesión por una experiencia superdotada que bien sabemos que suele acabar en agua de borrajas. La imagen de Mozart al piano con los pies sin alcanzarle a los pedales subyace degradada en la explicable pero tal vez insana afición de tanta gente a zamparse precipitadamente la fruta antes de su sazón.
¿Para qué leer novedades habiendo clásicos? No tiene usted remedio, don gm, a pesar de que usted mismo nos recuerda aquí con alguna frecuencia la frase valleincanesca de «yo no leo a mis contemporáneos». Manténgase en sus clásicos, antiguos y modernos, y déjese de modas pajareras…
Sigo con atención esta columna y reconozco el mérito que tiene buscar cada día una materia interesante, documentada y tratarla desde la cultura y el con conocimiento propio que da una experiencia evidentemente larga. Lo de hoy nos pinta a un escritor que no cierra los ojos ni un segundo, qtento a lo que ocurre a su alrededor, dentro y fuera de su país. ¿Tenemos muchos así? Me pregunto si EL MUNDO es consciente de lo que este hombre está haciendo en sus páginas desde hace años en medio de tanto meciodre.
Casi todos los creadores han sido precoces. Otra cosa es que sus obras hayan sido puestas en el mercado antes de tiempo. Nadie se acuerda hoy de los conciertos infantiles compuestos por los grandes compositores ni estos éxitos editoriales a los que se refiere la columna suelen tenertracendencia más que para el editor que se suele forrar. La creació requiere madurez, ésa es la clave y la columna la da.
Valiente. Lo de los «milagros» suele quedarse en simples trucos. Se venden libros como sea y a la gente, en efecto, le chifla lo de los niños sabios, lo mismo a Esperanza Aguirre con sus «superdotados» que a los que tiene enfrente con sus subnormales. Ay, no quiero seguir. Ustedes no saben lo que es dar tantas horas de clase, de tutoría, de aguantar tarascadas, de idioteces burocráticas, de…
Lo de la madurez va a misa. Nunca creí en esos prodigios tan rentables que lleva razón ja cuando explica por la propensión ingenua de la masa a encandilarse con lo prodigioso, venga de donde venga. ¿Y qué más prodigioso que un infante resolviendo sistemas de ecuaciones o escribiendo sinfonías? Hay mucho que leer. No debe uno fiarse de las modas coyunturales: me parece que esa es la moraleja a la que apunta la columna de hoy.
La literatura precoz es posible, como la música, pero el negocio de la precocidad es simplemente un abuso. No tienen más que ver a esos padres que aparecen en tv silabeando en silencio mientras sus nenas se contonean y cantan ante las cámaras.
Entre las obras de autores precoces y las de autores en el final de sus vidas, prefiero siempre estas últimas. Lo de la mfruta verde es una metáfora espléndida, que hago mía.
(con un dia de retraso y sin poder acentuar)Lo que pasa es que genios, genios hay pocos. Un genio, con doce anos o con 30 es siempre un genio. Lo demas, generalmente, es publicidad.
A parte de eso, es verdad que no tengo tiempo para leer a todos los clasicos pero tambien me molesta el no leer en absoluto a mis contemporaneos. Es injusto porque algunos tambien tienen talento.
Besos a todos.