Voltaire abría el comentario sobre la blasfemia en su “Diccionario Filosófico” con una discreta advertencia que debería hacer pensar a tanto volteriano de pacotilla como anda esta temporada por ahí tirando piedras a lo Alto: el origen griego de esa voz que significa ni más ni menos que “ataque a la reputación”, según el sentido que le diera Demóstenes, pero que la Iglesia Griega concretó en el más estricto de “injuria que se hace a Dios”, a lo que el gran incrédulo añadía una circunstancia también elocuente y es que los romanos jamás usaron un concepto semejante dado su convencimiento racional de que la ofensa a la divinidad era una pura fantasía. Voltaire hubiera vapuleado, sin duda, a esos ultraortodoxos que estos días andan arrancando de las paredes los carteles anunciadores de unos dibujos animados en los que un personaje tan familiar y asumido como Tarzán aparece, como es lógico, cubierto sólo por el famoso taparrabos que encandiló a Jane. Lo que ya no tengo tan claro es que hubiera apreciado algún talento crítico en la exposición moscovita en la que, con el consiguiente escándalo de la Iglesia Ortodoxa, se exhibe un “Lenin crucificado” junto a una alegoría tipo ‘Play Boy’ que bien pudiera denominarse “La Venus del petróleo” en la que una robusta walquiria derrama el preciado negro carburante sobre el blanco mórbido de su bajo vientre. Es tremendo, o más bien, resulta desconcertante lo que está ocurriendo con la religión y sus símbolos en el planeta secularizado, sobre todo a raíz del rotundo éxito obtenido por la publicación de las caricaturas de Mahoma aparecidas en Dinamarca que dinamitaron lo que pudiera quedar del “diálogo de civilizaciones”, a saber la proliferación de un espíritu agresivo que se resuelve, por decirlo así, en exhibiciones impúdicas tan poco ingeniosas como sobradas de osadía. En España colea aún el disparate extremeño, auspiciado por la Junta y respaldado por el Gobierno, de esa muestra en que aparecían Cristos erectos, masturbatorios o pedófilos, un arcángel eyaculando, la Virgen amamantando a un cerdo en una escena de sugestión lésbica, alguna ‘Piedad’ erótica, un san Lucas pornógrafo o la más abyecta Anunciación que quepa imaginar. Es decir, todo un despliegue de vulgaridad burlesca que no estoy seguro de que se hubiera tolerado si las imágenes exhibidas fueran las de la mamá de quien yo me sé enrollada con un onagro o la de alguna ministra manipulada en andrógino. Así de sencillo.
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“Es increíble la multitud de sacrilegios promovidos por el espíritu de partido”, sentenciaba Voltaire, a quien no escapaba que lo que aquí puede resultar blasfemo en otra parte tal vez resulte respetuoso. Pero lo que uno no acaba de entender es esta ofensiva antirreligiosa (el anticlericalismo es respecto de ella una simple ‘variante débil’) que, en un medio tan profundamente secularizado, no prueba otra cosa sino la que tal vez pudiera ser considerada como la contraria a la intención de los transgresores, esto es, una inconfesable reminiscencia crédula combatida con más voluntad que astucia. Algunos alcanzamos todavía a conocer en París, merodeando por Odéon y la Sorbona, a aquel personaje místico y fabuloso que fue Marcel Jouhandeau, que sostuvo hasta el final que la blasfemia y el sacrilegio eran el clavo ardiente que quedaba a los impíos para conservar su secreta o vergonzante devoción. Puede, no lo sé ni me interesa, pero no quiero olvidarme de otro maestro añorado, Roger Callois, proclamando que lo sagrado es la fuente de la que mana la vida y el estuario donde se pierde. He visto las imágenes extremeñas –sufragadas incluso por los contribuyentes que ponen la cruz en la casilla pía– y he sentido un desprecio sólo comparable al que me produjo la insólita defensa que hizo de esa mierda la pintoresca ministra de Cultura. Dice González que vivimos un clima prebélico. No ha dicho (aún) que las bárbaras quemas de conventos pudieran estar al caer.
Touchée, mi don Anfi, con la pacotilla. No sé si mi volterianismo –pobre don François Marie, cuánta infamia dicha en tu nombre- es tan fútil, pues confieso que no he pasado del Cándido y alguna cosa más suelta, pero lo cierto es que aquí, en este rincón pacífico y escogido confieso que he podido dejar algún vómito que pudiera considerarse blasfemo. Cubro mi cabeza de ceniza y me calzo el cilicio, al tiempo que pido –sinceramente humilde- disculpas si alguna vez pude molestar con mi torpeza a algún bloggero con espíritu más culto y selecto que esta vieja resentida. Tengo un respeto altísimo por mi don Páter del alma y por todo aquel cuya fe y religión envidio y jamás hubo en mí intención de ofensa.
Ruego otra vez vuestro perdón.
Se me olvidó la firma. Aquí la tienen.
Del cilicio, Sor,pueden hacerse usos diversos (algunos, delicia de masocas) pero no calzárselo. No me tome la anotación a mal, como suele, que la hago de mil amores para evitar que, viniendo de pluma autorizada como la suya, infecte acaso a péndolas menos diestras.
Gracias, amigo. POr su dignidad, por su cultura, por su ecuanimidad. Y por su valor, porque ya sabe: si se mete con una institución del PSOE… ¡¡¡es usted del PP!!!
Despreciable provocación. La Iglesia española tolera lo intolerable. ¿Para qué está el Código Penal? ¿Hasta cuando confundirán libertad de expresión con «derecho a la injuria» o al escarnecimiento del contrario?
Si las fotos dueran «de la mamá de quién yo me sé enrollada con un onagro…» el PSOE no hubiera tolerado la barbaridad: definitivo argimento. Me quito el cráneo como se lo quitaría mi creador.
Estas exhibiciones que dañan la senisibilidad de otros pueden y deben ser perseguidas. Aquí no sólom nio lo son sino que se subvencionan. Todo vale contra el adversario político que ya una vez nos echo poco menos que al paro. Incluso la vesania.
Muchos de nosotros estamos hoy de acuerdo con jagm.
¡Albricias, jefe, ha logrado la redención moral de Sociata! Sociata tiene, en todo caso, un mérito que no le regateo en absoluto. Seguro que hay muchos compañeros suyos que susrcirbirán lo mismo y no se atreven a hacerlo no con pseudónimo. ¿Ve como el equilibrio no es tan difícil, Sociata?
Le honra esta defensa. Nos deshonra a los católicos consentirla. Muy agradecido por decir eso tan cierto que ya se ha subrayado: no se autorizaría un ataque tan soez dirigida a la madre de Zapatero o de otro cualquiera.
Omite gm que en la representación de la írgen con el lechón el tútulo de la obra es: «El hijo de Dios».
Aceptada la colleja, mi don Elio A. Gramático. Quién mejor que usted para apuntillar anfibologías o metonimias.
Lo que pasa es que tengo un sobrino en edad de merecer que suele decir cosas como ‘me calcé una tostá con ibérico, aceite y tomate que no se la saltaba un …’ (persona de etnia gitana, le corrijo).
Lógicamente, servidora no se aplica el cilicio en las proximidades de los calcañares.
La tesis de este artículo, y el de la mayor parte de las opiniones que lo aplauden, me parece gravemente errada. Si la Virgen es madre de todos (que no lo es, excepto para la mitología cristiana), tenemos derecho a representarla como queramos, ya que es nuestra propiedad. Si efectivamente se considera que sólo es propiedad de los cristianos y que las personas de otras confesiones, o las de ninguna, no tienen derecho a representar, opinar, etc. de ellas, ¿quién quita el derecho a otros de elegir un Padre intocable que para otras religiones es inmundo (digamos: Satán), y condenar cualquier representación que se hag de ella, por blasfema? En una sociedad democrática, la blasfemia no debe tener peso legal y sólo funcionar entre pares (entre los miembros de la misma religión).