Hay pocas novedades en el nuevo milenio comparables al orto y ocaso de la actual generación. En puridad, esa nueva hornada no deja de ser heredera de la del 68, aquella que en el famoso “Mayo francés”, resumió su apresurado ideario en la fórmula “prohibido prohibir”. Entre ésta y la otra hay, sin duda, graves diferencias, como las hay entre las tallas de sus respectivos profetas y dirigentes –salta a la vista que Cohn-Bendit no es Iglesias ni Rubalcaba era De Gaulle–, que brillaron a la sombra de esa “pléyade” que iba desde Sartre a Gluksmann pasando por AlainTouraine. El sueño de la revolución requiere un sustento amplio y el vivido en el 68 desbordó ampliamente el escenario parisino hasta invadir nada menos que el mundo árabe, algo que no concurrió con el proyecto no poco oportunista activado por el estopín de Stéphan Hessel: sus “indignados” españoles de la Puerta del Sol, por ejemplo, se atuvieron a un proyecto doméstico derivado del hallazgo que supuso para ellos la debilidad de unas instituciones políticas tan desprestigiadas que acabaría por abrirles eso que sus abuelos llamaron “la conquista del poder”.
Una mirada atrás sobre aquella “primavera árabe” nos descubre su fracaso radical: ni en Egipto, ni en Libia ni en Túnez se ha logrado siquiera salir del laberinto de las violencias. Pero si miramos hacia nuestro propio suceso, no hará falta decir que, más allá de la ocupación del poder, el movimiento que Podemos resume y significa mejor que nada, ha dado de sí poco más que ciertos trastornos léxicos y algunos ensayos temerarios que, lejos de extirpar la corrupción y racionalizar el dominio político, lo que han hecho ha sido contribuir a la crisis palpable en el actual Estado fallido. La gran paradoja que nos reservaba el éxito externo de esa generación no es otra que el olvido del lema sesentayochista –“prohibido prohibir”—para sustituirlo precisamente por uno opuesto: el de la estrategia de la prohibición llevada hasta lo inconcebible por un improvisado y erróneo concepto revolucionario en una sociedad sobrada de gurús pero huérfana de líderes solventes.
Del ideal libertario de la Sorbona al prohibicionista surgido en la Complutense hay un trecho insalvable a través del cual esa generación populista ha ido extraviando sin remedio la esperanza de los ingenuos. La experiencia del sanchismo responde cabalmente a la estatura ética y al nivel cultural de sus beneficiarios y deja en evidencia el riesgo máximo que supone sin remedio la aventura política. Los nietos de aquel “68” han pasado de la pulsión ácrata al fervor prohibicionista y han cambiado la llave maestra por el zurriago. Hay sueños que despiertan antes del amanecer.