Un informe de la Universidad Complutense estima que el absentismo afecta al 40 por ciento de los alumnos. Los chicos se aburren en clase, discrepan de los criterios docentes pero, sobre todo, se ven tentados por la convivencia libre que les ofrece la cafetería del centro o el césped del campus cuando el sol brilla en lo alto. Por su parte, el ex-ministro Gómez Navarro, actual baranda de las Cámaras de Comercio, asegura que en los tres últimos años el absentismo laboral se ha duplicado en nuestro país pasando desde el 3’5 al 7 por ciento, un fenómeno, que, según él, se debe sobre todo al hecho de que las bajas se obtienen en el sistema nacional de Salud. No es nuevo el caso de una plantilla de policía local que se da de baja por depresión hasta en un 90 por ciento, hecho inaceptable que parece sugerir ciertas complicidades además de poner en evidencia un procedimiento de control perfectamente ineficaz. De manera que estamos asistiendo al esperpento de una debacle del empleo en una sociedad de suyo absentista, es decir, la contradicción que supone que millones de familias busquen denodadamente un trabajo mientras los que ya lo tienen procuran esquivarlo en términos que perjudican gravemente a la productividad del país. Navarro pide a los sindicatos que sean implacables con “los vagos”, petición razonable pero que hay que conciliar con el hecho cierto de que muchas de esas bajas se producen por defectos o abusos del sistema laboral y otras circunstancias, como evidencia el caso de los docentes, cuyas cifras de baja por depresión se han disparado a medida que la Logse ha ido perpetrando sus efectos. Sin contar con el estímulo para la molicie que suponen ciertas políticas electoralistas que, mediante subvención, mantienen en el ocio retribuido a un ejército de no-trabajadores que, por cierto, con enorme frecuencia, como es sabido, trabaja por su cuenta en la economía sumergida. El trabajo va siendo ya un incómodo privilegio al que sólo aspiran los que carecen de él. O eso parece.
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Siempre he pensado que al absentismo suele ser consecuencia –zánganos aparte– de una mala ordenación del trabajo. No suele ser absentista el trabajador que tiene tarea concreta y razonable que cumplir en el marco de una disciplina justa. No suelen abundar los absentistas entre los que trabajan a destajo, ni entre los que viven sometidos a una amenazante precariedad, aparte de que hay amplios colectivos que trabajan sometidos al abuso que propicia la necesidad extrema o incluso la desesperación. En la construcción, por citar a un sector clave, el escaqueo del trabajador no es fácil mientras que las cifras de siniestralidad son terribles y crecen de año en año, y yo he visto durante años aulas universitarias abarrotadas por los mismos que dedicaban el resto del tiempo a la musaraña: por algo sería. No tengo ninguna duda, por supuesto, de que nuestra constatada baja productividad, que nos hace tan poco competitivos, se debe, en buena medida, a la ausencia voluntaria o a la falencia del trabajador, pero pienso que no hay que desechar otros factores como la mala organización del trabajo o la propia insolvencia del empleador. ¿Cómo no va a haber absentismo en la Diputación de Jaén si cuenta para su limitada tarea ¡con dos mil empleados!? ¿Cómo no va a haberlo en la función pública si la descentralización autonómica ha casi triplicado con creces los efectivos que tenía la Administración centralizada para hacer lo mismo? ¿Los vagos? Hay mucho vago, no me cabe duda, pero no le vendría mal a sus denunciantes echar un vistazo a su alrededor para considerar debidamente las circunstancias en que se mueven. De todas formas, subsiste la paradoja de base: que en un país devorado por el paro los que tienen trabajo huyan de él. No me cabe la menor duda de que aquí falla algo más que aquello que Lafargue llamaba el “derecho a la pereza”.
Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (edición de 1984; en la de 2001 ya ha desaparecido, para que luego se diga que los diccionarios de la lengua no tienen ideología) que la palabra castellana «trabajo» (como la francesa «travail’) procede del latín «tripalium», potro de sujeción. Hasta que la modernidad fue logrando meter, con ayuda del cristianismo, la idea de que el trabajo es una virtud, la verdad es que todo el mundo ha huido de él y ha procurado dejárselo a los demás (porque de lo que nunca se ha dudado es de que sus efectos son positivos para tener más). El proceso de interiorización del trabajo, desde la esclavitud al «capital humano» de nuestros progresistas días, es largo, y no debe extrañarnos que huyamos de esa tortura como de la peste: si el trabajo es salud, viva la tuberculosis, se dice.
Lo curioso es que el maquinismo, al exteriorizar la fuerza laboral (de ahí la progresiva participación de la mujer en tareas antes inusitadas) lo que nos ha llevado es a pedirnos que trabajemos cada día más, en vez de menos, como sería de esperar. Habrá que refundar el capitalismo.
QUE SE VENGAN TODOS ESOS FARISEOS LABORALES A MI NEGOCIO SE VAN A ENTERAR DE LO QUE ES ESTAR OCUPADOS. UN SALUDO DON JOSE ANTONIO
¿Por qué grita, don Vicente? Es que las mayúsculas hacen ese efecto.
¿Se imaginan Vds. a los dos mil de Jaén trabajando todos a la vez?
¿Y si todos los funcionarios, además de reclamar su derecho al trabajo, exigieran su derecho a trabajar? Creo que sería un desastre.
Recuerdo que, cuando la huelga era ilegal, se convocó una en TVE y apareció un montón de gente que no había ido nunca y, por supuesto, nadie sabía que hacer.
Lean ‘Las hermanas coloradas’ de Fco. G. Pavón. Creo que fue Nadal.
Mi amigo el juntero, tiene trabajo cuatro o cinco días al mes. No obstante ficha de 8 a 3 diariamente. Más de 100 horas de aburrimiento mensual. Pero hay mucha nómina que da votos.
Otium es lo contrario que nec-otium. Quien tiene un verdadero negocio difícilmente es absentista. Los domingos los dedica a cuadrar cuentas o hacer publics relations.
Si los capitalistas especulan y los obreros se ausentan, ¿quien hace que marche el país?. Paíssss.
A destiempo
bonita columna y graciosos comentarios
besos a todos