El pasado fin de semana fueron enterrados solemnemente en la catedral de Frombork, al norte de Polonia, los despojos del sabio Copérnico, que en vida había ejercido en ella como canónigo y como médico. Las labores de identificación no han sido sencillas pero finalmente han sido posibles al determinarse que el ADN de ciertos restos que, bajo el suelo de la catedral, reposaban desde hace cinco siglos en una tumba sin nombre, coincidía con el de ciertos cabellos hallados entre las páginas de un libro manejado con toda seguridad por el astrónomo. Y la Iglesia ha decidido, cierto que con no poco retraso respecto a las paces con Galileo, suprimir pasados anatemas y reparar esa ofensa a su memoria. Está bien el gesto, sobre todo porque coincide –con sólo horas de diferencia—con la conmoción que ha supuesto la construcción química de ese principio de la vida que ha alarmado a muchos como el robo del fuego por mano de Prometeo alarmó en su día al Olimpo, hazaña histórica, sin duda, que no ha faltado quien compare con los logros de Galileo o Darwin y también con esa otra audacia que supuso el cuestionamiento del heliocentrismo por parte de nuestro hombre. Descansará, al fin, reconocido y honrado, el viejo canónigo al que, por cierto, nadie importunó en vida por sus teorías aunque sí a causa de su convivencia con una adorable barragana a la que se le obligó a renunciar por las bravas. E incluso el arzobispo Ziemba, ordinario del lugar, ha alzado la voz para proclamar el orgullo de la Iglesia ante el genio científico del hombre que osó enmendar la plana al ‘Génesis’ y ponernos en nuestro lugar cuando aún una inmensa mayoría convivía a gusto con la idea de la centralidad cósmica de este planetilla perdido en el borde de una entre tantos miles de millones de galaxias. En el XVI había canónigos sabios a los que la obviedad no incomodaba como sigue incomodando a muchos de sus sucesores, y a pesar de tanta evidencia, cinco siglos más tarde.
Me parece de perlas que la Iglesia reconozca errores e incluso pida perdón por sus consecuencias, que más vale tarde que nunca, pero admitamos que el único sujeto histórico que tiene sentido que se retracte y humille es el Poder con mayúscula y no éste o aquel entre los poderes. La Historia este repleta de falsas perspectivas desde las que se han propiciado crímenes innumerables y no entiendo por qué ha de ser uno solo de esos o unos cuantos de esos poderes los que hayan de rasgarse las vestiduras mientras el Poder y sus franquicias se quedan indemnes y tan frescos. Claro que siempre se podrá decir aquello de “A buenas horas, mangas verdes”, pero a mí no me parece mal esa tumba que en adelante podrán encontrar los curiosos en las guías turísticas.
Hay que reconocer que la Iglesia Católica corrige sus errores de antaño. Por ejemplo, frente a lo que recogen los evangelios, en el Padrenuestro corrigió lo de «perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores» (palabra de Dios) por «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». No es lo mismo, desde luego, pero es más políticamente correcto. Que ya Constantino a comienzos del siglo IV logró convertir a los antisistema en una base del nuevo sistema imperial. Luego hubo mucha gente que protestó, pero sólo sirvió para apartarse de la Santa Madre y actuar por su cuenta, como mayores de edad. Ahora, a su vejez, la madre parece que los echa de menos.
Uno, en su parvedad, se fija en el detalle de la barragana. Seguro que esa oscuridad tibia y acogedora le proporcionó al canónigo la serenidad y el equilibrio que otros muchos colegas suyos no conseguían.
Como también me recuerda la alusión al Paternóster corregido a aquella obra de Casona en que el personaje lo interrumpe diciendo ‘…yo no he perdonado!…’ Y es que va un abismo de deuda a ofensa.
Mi don Rafa muy apreciado: mi ‘test de África’ solo alude a que sabemos mucho de Wichita, Wyoming o Winsconsin y muy poco de la triste vecina del Sur. Es solo un aserto, ninguna reconvención. Mis saludos.
Y a mí ,(«Me parece de perlas que la Iglesia reconozca errores e incluso pida perdón por sus consecuencia»), aunque confieso que ha llegado a fastidiarme esta moda de la contrición tardía , a menudo en dirección de lo politicamente correcto , y sin reflexionar en lo que significaba eso en aquellos tiempos pasados.
un beso a todos
Pero sigue Ud. sin explicarnos a los ignorantes en derecho administrativo, quien era o qué publicó ese famoso administrativista andres olivan.
Mire, amigo Anónimo, logra usted arrancarme de mi respetuoso mutismo para decirle que se trata de don Alejandro Oliván y no de don Andrés, como por error suelo decir, a causa de algo gracioso: porque lo estudié a fondo en la Escuela Superior de Administración Pública (Alcalá) que en aquella época dirigía un señor llamado Andrés de la Oliva. En cuanto al nuestro, a don Alejandro, no es difícil informarse sobre él, supongo que en el mismo Internet, ya que fue un teórico de la función pública de primer orden.