El líder radical Olivier Besançenot, a quien aquí seguimos el rastro desde sus inicios, es hombre “duro’ e boca”, como diría ‘Martín Fierro’. Hace pocos días se mostró abiertamente comprensivo e incluso partidario de los secuestros de empresarios por parte de una clase obrera que me temo que, en su concepto, tornasola tonos que perdió hace mucho tiempo. Y ahora se ha dejado caer con que lo que nos está haciendo falta como el comer es otro 68, la reedición de la utopía generacional que precisamente Sarkozy propone erradicar con todas sus consecuencias de la mentalidad social. El 68 fue lo que fue más mucho de lo que luego se le ha atribuido, pero no me cabe duda de que constituyó una revolución que, como tantas otras, funcionó con efecto retardado a pesar de su aparente derrota. Eso le pasa con frecuencia a las revoluciones, que las idealizan los John Reed correspondientes hasta confundir inextricablemente lo que ocurrió realmente en ellas con lo que nunca pudo pasar siquiera, y si no echen un rato a perros entretenidos con la revisión de la revolución por antonomasia, es decir, por la francesa de 1789, de la que ahora sabemos tantas cosas como para dudar de que, en efecto, la toma de la Bastilla pudiera no ser más que un adorno eficacísimo, algo así como una revolera o un afarolado que le vino de perlas a la negra corrida de los reyes decapitados o las monjas y aristócratas en carreta camino del patíbulo. Qué dé de sí una revolución sólo puede saberse con el tiempo, cuando se echa la vista atrás con perspectiva bastante para distinguir con nitidez los perfiles y los colores. Y el 68, con su toma de la Sorbona (de la que aquí casi no se enteró ni Dios), es un buen ejemplo de ello en la medida en que fue, en realidad, por encima de las leyendas, la ocupación psíquica de una sociedad vieja cuyo mejor exponente era un De Gaulle vencedor al que le quedaban dos cortes de pelo.
Besancenot juega con ventaja quizá porque ni él tiene idea cabal de qué ocurrió de verdad entonces, aunque puede que haya intuido con agudeza lo que ha venido acarreando luego, a saber, que ni Europa ni América fueron ya nunca más lo que habían venido siendo en el desolado paisaje de la postguerra mundial. Otra cosa es su propuesta de reproducir la Historia, esa mala ocurrencia que ha llevado a muchos al fracaso no sin arrastrar a otros muchos con ellos. No se puede reproducir el estilo mental de una generación que este aprendiz de brujo a lo peor no se ha percatado de que va ya incluido en el de la suya. Como no se puede volver atrás en busca de lo que no sólo no existe ya, sino que quién sabe si fue alguna vez como lo recordamos. Estos días ha habido en la misma Sorbona una teatralización insurgente que, una vez liquidada, se ha saldado con unos cuantos titulares. No es fácil ni quizá posible volver atrás y menos cuando ese pasado imperfecto está latiendo en nuestro presente tenso. ‘Prohibido prohibir’, aquella hermosa ‘boutade’ está hoy al alcance de cualquier tonto del bote o de cualquier ministra Aído.
Creo que cada nueva generación quiere tener «su» propia revolución.
Hic Rhodus, hic salta,…….pero el peligro de caer en el mar del absurdo es tan evidente y difícil de evitar.
Bien vista esta teoría de la revolución, fenémeno supremo que un joven como Besançenot no conoce más que de oídas. El 68 fue lo que fue, es verdad, y ha marcado medio siglo tras de sí, pero carecería de sentido escribir hoy aquellas consignas en las paredes.
Hemos hablado mucho de ese 68, sobre todo con quiens no lo vivieron de cerca, lo cual no deja de ser curioso. Pero eso mpasda con todo: con la Rev. rusa, con las grandes ocasiones bélicas, con nuestra pasada clandestinidad… Lo histórico es de todos pero, ojo, porque también es de su tiempo. El anacronismo es malo casi siempre.
Lo que nos faltaban eran los profetas y ahí parece que vemos ya uno. Es posible que la crisis sea un buen momento para plantear una opción extremada, y la marcha de ese Besançenot lo demuestra en Francia. Un triunfo sería, en todo caso, enormemente equívoco porque nos devolvería a la peligrosa experiencia de las utopías en el vacío. En cuanto al 68, conforme en que nada vuelve.
cada etapa es distinta en la vida de una pais y no se trata de profetizar sino que los ciclos se repiten lo cual no convierten a nadie en un adivino de estado