Pocas revoluciones de costumbres como la que desde hace unos decenios viene produciéndose en el ámbito de los nombre propios. Lo ha subrayado el humor haciendo befa y mofa de esas modas onomásticas, pero también se han ocupado del asunto sesudos intérpretes, adscritos lo mismo a la clínica que a la sociología, y conformes, por lo general, en considerar el fenómeno desde la inconsistente lógica de las modas. Una primera conclusión apunta al hecho de que la libre elección de los padres responde a la progresiva limitación del peso del factor tradicional en nuestras sociedades, pero todo sugiere que la causa de esa elección consiste en el deseo paternal de singularizar al niño, es decir, en la proyección de unos progenitores que tratarían de conferir al hijo –en un intento de claras connotaciones mágicas– virtudes y valores a través del propio nombre. Los estudios más respetables, conmocionados por el hecho de que apenas en cinco años en Francia se hayan registrado 160.00 Kevin e innumerables apelativos “bíblicos, retro o medievales”, coinciden en subrayar el hecho de que, si tradicionalmente eran las clases superiores las que introducían los nombres y las inferiores las que los imitaban, actualmente se vive la situación contraria, es decir, aquella en que la iniciativa ha pasado a ser ejercida por “los de abajo”, profundamente afectados por la propaganda mediática, especialmente por la yanqui. En Europa las nuevas leyes que regulan el registro civil han cedido ante esa presión dejando en manos de los padres un campo prácticamente ilimitado para la elección del nombre, su “confección” y hasta su invento. En Francia o Inglaterra hay ya miles de Ryan y Brandon, en España prolifera la nomenclatura del Antiguo Testamento alineada con la procedente de las series televisivas y en Bélgica consta que un “couple” culé ha impuesto a su hijo el nombre de “Barça”. A ver quién da más. Los diez nombres favoritos actuales suponen en Francia más de un cuarto de los registrados aunque se prevé que, en cosa de veinte años, ni uno solo de ellos andará ya en esos puestos. La moda es siempre voluble. La descerebrada mucho más.
Mucho dice este fenómeno, sin duda, sobre el carácter banal de la opinión, sobre las miserias de la demotización del criterio y, en especial, sobre el potente influjo de las propagandas. Y más aún sobre la psicología de una época abruptamente desasida del pasado, en la que los individuos buscan sin tino la identidad extraviada. Sólo los EEUU se salvan, de momento, de esta epidemia que invade una Europa tan temerariamente olvidada de su tradición.
Curioso tema que pone de relieve el progresivo abismamiento de la mentalidad popular, víctima de los medios invasores, irresistibles. Lo más curioso es eso de que en tan poco tiempo desaparecerán esos nombres. Soy de los que ccreen que nuestros nombres propios tradicionales tienen mucha vida por delante de estas pajarerías.
Tuve una asistenta que llamó a un hijo suyo VOLTIO. Decía que la palabra le gustaba…
Lo de la revolución onomástica es de traca y da la medida de lo estúpida que se puede volver una sociedad sometida al bombardeo de medios tan poderosos como la televisión. Suponemos que nunca se habrá experimentado un cambio en los registros como el actual, al menos desde que la Independencia de los estados sudamericanos abrió la puerta a la ola imititiva de la América anglófona.
Hace años que se viene notando ese vendaval, aunque hay que reconocer que en los últimos tiemposha empeorado mucho. Eso de «Voltio» no es ninguna excepción, y ya en España tuvimos nuestra moda laica, reproducida en miniatura a la llegada da la actual democracia. Recuerdo los apuros de un curita joven explicándole a un padre mayestático, en un pueblo perdido, que no podía impoinerle en el bautismo a su hija el nombre de Constitución… Lo curioso es que los padres no se sientan en evidencia.
Uno puede comprender ese deseo proyectivo de los padres pero no me digan que llamrle Kevin a un nene no es cosa de mentecato. ¡Y hay en Francia 160.000 mentecatos…! También yo espero, como nuestro Prof, que las Manuelas y Franciscos, los Pepes y Lolas no se pierdan en medio de esta tempestad mediática.
Divertido y triste a un tiempo. El personal está para el manicomio, justo ahiora que le han abierto las puertas. Lo de los Kevin es estupendo y hay que tener en cuenta que es hecho producido en la culta Francia. En efecto, me dice Miller (a quien echamos de menos por aquí) que en los EEUU esa moda es más lenta y que allá los nombres tradicionales siguen cumpliendo su función.