Cuánta solicitud, cuánto guante de seda se gastan en este país para tratar a la patuela de las movidas y los macrobotellones, qué cantidad de rutinas se interponen entre el sentido común que aconseja hace tiempo tocar a rebato y la jidma política que atenaza a esos (i)rresponsables de las Administraciones. Ahí tienen al Ayuntamiento de Granada, como a otros tantos, tentándose la ropa a ver de qué manera le quita las espinas a esa tuna, pero ahí tiene, a su lado mismo, a los operadores (cero que se hacen llamar así) turísticos incluyendo en sus “paquetes”, con perdón, la oferta del macrobotellón, lo mismo que en Mallorca se rebajan a tope los pasajes con derecho a tranca los fines de semana. Es mentira que el problema del bebercio juvenil sea sólo una cuestión generacional: tras él hay intereses mayúsculos, negocios redondos y miserables, garduña consentida por la autoridad que hace como que no ve ofertas tan peligrosas e indecentes como ésa. No beben sólo porque los dejan, ni porque les resulte más barato, sino porque hay quien fomenta el lío con muchos más años que esos futuros cirróticos.