Es tremenda, inconcebible, la versión que parece más realista sobre lo ocurrido con la barcaza libia con 72 personas a bordo –entre ellas veinte mujeres y dos niños de corta edad– que ha vagado a la deriva durante dieciséis días tratando de alcanzar desde Trípoli la costa de Lampedusa. Trágico el balance de esas 61 víctimas que sucumbieron de hambre y de sed a pesar de que demasiados indicios parecen confirmar que fueron varios los contactos a los que lograron solicitar ayuda. De lo más escalofriante resulta la imagen de esos desgraciados mostrando a aviones y helicópteros con desesperación a los dos niños del pasaje, como último recurso para forzar su compasión y conseguir ese auxilio que es la más vieja ley del mar. Dicen que un par de cazas, procedentes de un portaviones desconocido, sobrevolaron a baja altura la tragedia, y que un helicóptero militar lanzó agua y galletas a los náufragos además de anunciarles la pronta ayuda que nunca llegaría, y cuentan también que tanto los guardacostas italianos como los malteses se inhibieron del caso por razones competenciales limitándose a cursar inútiles avisos a otras instancias. Un superviviente ha contado que cada mañana, al despuntar el día, los pasajeros debían arrojar al mar, por razones obvias, los cuerpos de los fallecidos durante la noche, escena que da una idea de la dimensión trágica de la aventura, asegurando que no sólo el portaviones –se dice que el “Charles de Gaulle”—sino varias embarcaciones militares de las que la OTAN mantiene movilizadas en la zona, hicieron igualmente caso omiso de su situación desesperada. ¿A quién podía interesar, en medio de ese despliegue bélico, la suerte de 47 etiopes, 7 nigerianos, otros tantos eritreos, 6 senegaleses y 5 sudaneses? Pues a nadie, evidentemente, como los hechos demuestran en medio de una activa batalla mediática en la que, ahora sí, andan echando el resto los servicios de imagen y propaganda “aliados”. Pocas veces la impiedad habrá alcanzado cotas tan señeras.
Ésta del mar es la otra guerra libia, la cara oculta y oscura de esa luna pretendidamente humanitaria en la que ha sucumbido ya un millar de huidos del conflicto a los que la dictadura acosada utiliza como arma, especialmente contra Italia. Pero la catástrofe de la barcaza abandonada concierne a la causa aliada en términos que han de resultar difícilmente excusables porque sus tremendas circunstancias descalifican cualquier argumento que pueda emplearse. Cuando los ricos se hacen la guerra entre sí son los pobres los que acaban muriendo. La OTAN se ha encargado de probar lo que Sartre dijo hace tanto tiempo.
Una historia conmovedora e indignante, proque no caben serias dudas sobre el hecho de que los guerreros han despreciado el salvamento, pendientes como están de sus objetivos. Otra cosa es la responsabilidad de Gadafi, y su etsrategia de enviar inmigrantes a Italia, es decir, a Europa. Luego nos quejamos de sucesos como el que los multras han provocado en las fronteras escandinavas.
La ley más vieja del mar, seguro: socorrer a los náufragos. Pero ¿de verdad alguien piensa que los navíos en guerra se entretienen en salvar a una barcaza de inmigrantes? Las escenas referidas son ciertas con toda seguridad aunque nunca vayamos a saber qué ocurrió de verdad en esas aguas con esa pandilla de desgraciados a la que los militones parece que le hicieron poco caso.
Es popsible que algunos crean que los ejércitos son oenegés pero a la vista está que no lo son. Entiendo de todas maneras que la escena de esos náufragos tal como la describe la columna pone los pelos de punta y es la negación del mínimo común humano.
Estremecedor el hecho que da pie a la columna, canallesco el comportamiento de todos cuantos están relacionados con ese abandono. Habrá una «investigación interna», podemos estar seguros, que concluirá probando la inocencia angelical de los que denegaron el auxilio. La escena de los náufraghos echando al mar los muertos durante la noche al amanecer, sencillamente para llorar.
El asunto es inobjetable: criminal. Al margen de ello, hay que llamar la atención sobre el problema que representa la inmigración en masa procedente de los países islámicos en proceso revolucionario, en el norte de África, que para países como Italia –y ya veremos en un futuro si también para España– pueden constituir un problema de propociones desconocidas. Ya ven cómo la extrema derecha saca partido y hasta logra vque algún país de tradición democrática incuestionable vuelva a cerrar sus fronteras para detener la llamada «invasión». Nada de esto relativiza la crueldad de lo acaecido en el mar y que con tanto realismo como buen corazón comenta nuestro amigo ja, pero creo que es conveniente recordar estas cosas y no meter la cabeza bajo el ala.