La intuición de que la música constituye un factor de enorme eficacia en la experiencia espiritual parece que ha decidido al episcopado francés a legitimar el uso eclesiástico de las llamadas ‘MAC’ (músicas actuales cristianas). El culto eclesiástico mantiene con la música un viejo contencioso que va desde la lejana pugna medieval entre la liturgia romana y la mozárabe, al éxito reciente del canto llano en los ambientes laicos, pasando por la tradicional desconfianza hacia ese recurso tan tenazmente mantenida. Durante mucho tiempo estuvo prohibido en las iglesias el uso de instrumentos de cuerda para garantizar el primado del órgano, instrumento insuperable –al menos tras la apoteosis bachiana—de la solemnidad ceremonial, de la misma manera que se mantuvo la prohibición de utilizar el cristal como protección de las pinturas. La música ha marcado la linde entre ciertas severidades y actitudes más tolerantes que veían en ella un instrumento útil a la piedad, a pesar de lo cual los intentos contemporáneos de animar la liturgia con cánticos han llevado un sello pacato –incluyendo la grabación famosa del papa Wojtila– que limitaba inevitablemente su pretendida influencia, un fracaso relativo que viene dando lugar hace años al intento de introducir en los cultos una música actualizada en la que algunos grupos incluyen al mismísimo rock. ¿Ustedes saben que la juventud europea pasa una media de seis horas diarias oyendo música, es decir, más de lo que dedica a la tele, al videojuego y al ordenata juntos? Los obispos franceses sí deben saberlo porque han parido un documento, en el que reflexionan sobre la conveniencia de abrir esos cultos piadosos –en especial a aquellos en que la participación juvenil sea alta—a grupos especializados en rock, en ‘reggae’ y en lo que haga falta. La batería, el bajo o la guitarra eléctrica estarán pronto en el coro hasta ahora reservado a las salmodias de María Ostiz.
Veremos en qué acaba este esfuerzo de sacralización de lo eminentemente profano, esta proyecto de reconvertir en ‘mana’ lo que es a todas luces ‘tabú’, pero lo previsible es que ni uno ni otro lleguen muy lejos, dada la irreductible condición de lo pagano y también, por supuesto, la tradicional desconfianza eclesiástica hacia todo elemento cultural que exalte los sentidos y movilice el cuerpo. Que el gregoriano triunfara entre los yuppies de Wall Street no deja de ser una paradoja pero ese de ‘rock cristiano’ en el que andan reinando los obispos galos no deja de ser un oxímoron. Lo sagrado y lo profano son antagónicos e irreconciliables. Aspirar a un tiempo al caldo y a las tajadas no deja de ser una utopía.
No sé qué decirle, don José António. Antes las idas y venidas entre aires, melodías profanas y religiosas eran corrientes, como lo sabe usted, naturalmente. A mí no me importa que la melodía sea la de la violetera, como lo he oído en misas portuguesas, aquí en Francia:la letra no daba lugar a dudas. he asistido a misas africanas y me han gustado como lo llevan casi siempre y otras no, pero exactamente como en misas más «clásicas».Me encanta el cante llano, la liturgia mozárabe, la ortodoxa.
El misere de Alegrí sólo se podía escuchar en Roma porque consideraban que era demasiado sensual, hasta que lo oyó Mozart y lo transcribió de memoria. Parece que los antiguos tenían una idea más general de lo sensual….
Besos a todos.
Habrá que ver que da de si la experiencia pero me temo que poco. ¿Rock en la Iglesia? Eso iba a durar el tiempo de dispararse la adrenalina. Yo creo que no hay que sacar las cosas de quicio ni trasplantar lo que trasplantar noi se puede.
No me lo creo, pero lo de la Ostiz, de 9 sobre 10.
Desde luego, mejor que esas «salmodias» tan insípidas y cursilonas, cualquier ocas, ¡¡incluso el rock!!!, aunque está claro que no pega ni con cola en esas liturgias. Innovar por innovar es una pretensión poco razonable. Digo yo.
No entiendo las críticas a la iniciativa, nada novedosa, de los obispos galos.
Nadie ha puesto peros, que yo sepa, a la misa rociera ni a la misa luva y no sé a cuántas otras más.
Y sobre todo no hay que olvidar que la Iglesia ha asimilado, por razones de proselitismo, fiestas y santos paganos en cantidad.
No me diga, don Griyo, que se le escapa la diferencia en las misas «folk» (la rociera, las africanas, etc.) y el Rock, género duro por excelencia, lo menos apropósito –al menos para mi sensibildad– para emplearse en actos litúrgicos. A mí una misa rockera me echaría fuera, no por ningún prurito o prejuicio sino por el ruido…
YA NO FALTA MÁS QUE EL RAP Y TODO SE ANDARÁ. ¿QUE NO? Ya lo verán.
Yo pienso, mi don Prof., que esas diferencias que a Vd. y a mí nos chirrían sólo son cuestión de culturas.