En España es mala cosa ser viejo. Se ha perdido el colchón tradicional que la familia clásica y extensa brindaba al anciano. Se ha prescindido casi en absoluto de la experiencia bajo la sugestión de una cultura exaltadora de la misma juventud a la que maltrata desde la infancia. No hay espacio para la “tercera edad” salvo en el autobús del Inserso ni audiencia para su voz salvo en los teatrales periodos electorales. Lo que está ocurriendo con las residencias de ancianos –malos equipamientos, alimentación impropia, malos tratos– es, con triste frecuencia, una auténtica calamidad aparte de un crimen tolerado por unas Administraciones voluntariamente ciegas y sordas. Nunca hubo más retórica ni mayores presupuestos para atender a los mayores, pero jamás la vejez fue tan agraviada. Ah, pero hay viejos y viejos, y sin necesidad de extremar las crononologías, hay jubilatas y jubilatas. La experiencia de la jubilación en España es también lamentable a causa de un régimen de pensiones cicatero, y con un canto en los dientes, porque de no haber forzado el primer Gobierno del PP el Pacto de Toledo, la tesis que venía imponiéndose era la del ineluctable fin de las pensiones, es decir, la del “sálvese quien pueda” tras la vida laboral. Un médico, un metalúrgico, un juez, un profesor o un bombero se jubilan con las habas contadas y recontadas que les despacha una Seguridad Social reflejo de una sociedad productivista en la que el mérito es un valor de presente o no es nada. Tanto produces tanto vales: cuando dejas de producir eres simplemente una carga y como carga serás tratado. Habas recontadas, digo, que a duras penas llegan a fin de mes –las encuestas sobre el particular son aterradoras—y que están forzando a esa franja creciente de la sociedad a revivir la comedia galdosiana del “buen pasar” y, si me apuran, el paso trágico del hidalgo de gotera caricaturizado por el autor del ‘Lazarillo’ con migas en la barba. Una pena, el negocio de los viejos, a pesar de la ‘barra libre’ farmacéutica –que a tantos ha enriquecido—y del autobús del Inserso.
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Pero no todos los viejos son igualmente tratados, ni todos los jubilatas ofendidos por las mismas miserias en un país en el que los legisladores, es decir, los diputados y senadores, comienzan por favorecerse descaradamente con un régimen asistencial escandaloso si se le compara con el de los trabajadores del común y en el que, encima, han sido los Gobiernos sedicentes “socialistas obreros” los que han descrestado todas las ignominias agravando el régimen general de pensiones con nuevas exigencias (la última vez en julio pasado) pero estableciendo privilegios tan vergonzosos como los blindajes del retiro de los políticos. Acabamos de enterarnos de que Maragall –cuatro añitos de “honorable” tras sus vacaciones en Roma—percibirá 125.000 euros durante los primeros cuatro años de cesante y 94.000 durante el resto de su vida, es decir, el doble de las doradas pensiones que ya se habían autoadjudicado Chaves o Ibarretxe, que a la hora de trincar poco cuentan las diferencias ideológicas. Y ello en la laboriosa Cataluña cuna del movimiento obrero, como una burla chusca de aquellos austeros ancestros que administraban al céntimo las “cajas de resistencia” sostenidas con sus propios sufragios. La desvergüenza de los blindajes presidenciales es la penúltima prueba de la desmoralización de la política, de la crisis irreparable de la idea de la vida pública como servicio, de la realidad de una profesión hobbesiana y rapaz a la que no estorba en absoluto el hecho de las ofensivas diferencias entre ciudadanos y políticos por la sencilla razón de que es ella misma la que la ha establecido. La vejez en España ha dejado de ser un estado respetable para convertirse en una carga que miran con enojada displicencia estos próceres sin mayores méritos que el oportunismo partidista. Hace tiempo que sabemos que carecen de ideas. Ahora sabemos también que no tienen vergüenza.
El tema de las residencias de ancianos es clamoroso. Si el Alhzeimer es llamada por algunos como la epidemia que viene, la senectud es una endemia ya establecida. Y se esperará a que el absceso supure sin remedio para ponerle tiritas. Aquí me quito el sombrero ante la nunca bien ponderada labor de instituciones en manos de la Iglesia. Al César, lo suyo.
En cuanto a la influencia de la ancianidad en la familia, qué quieren que les diga. La célula está en crisis en tantos sentidos que éste sería una más de las caras de un prisma polifacético en extremo.
Hace bien en nombrar el Anfitrión la inconcebible barra libre de las recetas rojas del pensionista, hoy afortunadamente más controladas, pero en las que se han llegado a prescribir píldoras anti-baby a un varón de muchos años. Para la coyunda alborozada de la nieta, claro está. De todas maneras hay ahí una bolsa de fraude que lastra al sistema sanitario.
¿El dorado pudridero de los elefantes políticos? Pues que más de lo mismo, que ya está todo dicho. Servidora no se queja de su pensión -sería escupir al cielo- pero igual digo que la gané en casi cuarenta años de servicio, a veces en muy duras garitas. Pero esos números obnubilan la razón y hacen que vuelva la náusea sobre una casta impúdica.
Esas jubilaciones de los socialistas OBREROS, comparadas con miles de pensiones mínimas, con muchas miserables de viudedad, son sencillamente obscenas. Ojalá se las gasten en botica.
Muy acertada esa lectura de PSOE como «Partido Sedicente Obrero Español», me parece.
¿Alguien me puede explicar lo qué es «la barra libre de las recetas rojas del pensionista».? Gracias.
Para mí que los ancianos españoles, en comparación con los franceses, disfrutan de una situación casi de VIP: recuerden la hecatombe de hace tres veranos, cómo los hospitales y las residencias de ancianos se transformaron en «morideros». ¿Y qué decir de las pensiones? Todos sabemos que tendremos que trabajar más tiempo y recibir menos.
Lo que quiero decir es que nuestra clase dirigente es tan sinvergüenza como la española y tan incapaz o más.
22:19
“Ahora sabemos también que no tienen vergüenza” Ni mijita.
También sabemos que los haberes “¿que han dado lugar?” a esas pensiones no han contribuido al IRPF y creo que tampoco a la Seg. Social.
También sabemos que los sueldos “¿que han dado lugar?” a esas pensiones se los han puesto ellos por CONSENSO clamoroso.
Por ironías de la vida, recuerdo, la primera persona en cobrar esa desvergonzada pensión, creada con su propio voto, fue doña Ibarruri.
22:41
Le explico, doña Marta:
Servidor tampoco se queja de su pensión, no tan buena como las de esos caras, la de doña Griyo tampoco está mal. No tenemos deudas ni cargas familiares y nuestro médico nos receta sin pestañear lo que le digamos que nos ha dicho cualquier especialista. Nuestro copago es 0%
El sueldo del señor que barre mi calle no llega a la mitad de mi pensión, tiene dos hijos, su mujer está en paro y sin subvención. Su copago es el 40%
P.Griyo.