Tengo entendido que los jueces o, al menos, muchos jueces, no quieren indultos porque ven en ellos una intromisión que, de no ser excepcional y justificadísima, conculca mal que bien el principio de separación de poderes sin el cual una democracia no es tal. La gente, por su lado oscuro, ve en los indultos un truco del que se benefician los poderosos pero del que quedan excluidos los pringaos, y no lo creen así, por las buenas, sino porque una larga experiencia les enseña que las cosas son más o menos de esa manera. Dios y ayuda costó que soltaran de una vez al que todo el mundo llamaba “el preso más antiguo de España”, un tal Montes Neira, que empezó por desertar del Ejército en su día y ya no paró hasta coleccionar 30 condenas, seis de ellas acarreadas por su condición de fuguista, y sin embargo, aquí ha habido presos vistos y no vistos, entre ellos banqueros, presidentes de autonomías, altos cargos, corruptos, policías torturadores y hasta ministros del Gobierno. El caso de la gitana actriz Carina Ramírez, “redimida” por el teatro, que ahora acaba de ingresar en prisión, es uno más de tantos como llevamos conocidos de gente que cometió un día lejano un delito y arrastra durante años, a pesar incluso de su redención, el estigma y sus consecuencias. Carina robó una vez chatarra, según parece, pero la ley es la ley –según dicen, también—y por ello ha debido pasar del escenario a la celda para “pagar”, que es como los delincuentes suelen decir, su delito. ¿No habíamos quedado –incluso en la Constitución– en que la función de las penas era la de reinsertar a quien se le había ido la mano? Entonces, ¿por qué, una vez más, nos topamos con una persona reinsertada a la que no olvida la terrible memoria judicial?
El caso de Carina, ya digo, no es nuevo, sino uno más entre tantos como llevamos vividos de mínimos delincuentes con los que la Ley se muestra inflexible hasta después de su reinserción, gentes minúsculas, imperceptibles en la práctica a las que se les exige lo que en modo alguno se les pide a los mayores y más ricos, como diría Manrique. Y todo ello por no hablar del indulto encubierto que ha supuesto la sentencia anulando la “doctrina Parot”, que tiene por la calle, tan panchos, a terroristas asesinos lo mismo que a violadores reincidentes. “Dura lex, sed lex”, ya se sabe, sobre todo por abajo. Por arriba, ya veremos, pues por arriba sabido es que las cosas son siempre según y cómo.
Siempre hubo ricos y pobres, y «tener es poder» dice el refrán clásico. Lo del los indultos está pensado por el Poder para no tener que tragarse bocados excesivamente grandes. Un duque de Palma, por ejemplo, un Barrionuevo, tantos y tantos convictos tratados como «veniales» a pesar de la gravedad de sus crímenes. «Derecho de gracia»: el título lo dice todo.
¿Quién mejor que la gente del bronce para ajustar el lenguaje a la vida que le es más próxima? La constitución progreta y cagueta que hace ya años que tenía que haberse rectificado -bielas, cilindros y transmisión, que chapa y pintura no las merece- nació con miedo y pleitesías. Qué bonito lo de la reinserción, pero la gitanería dice con propiedad «pagar». Porque el delincuente crea una deuda con la sociedad y debe hacerse cargo de ella. Pagando. Luego, si se reinserta, eso que sale ganando.
Duques, banqueros, infantas, empresarios y políticos hacen el trile con grandes sumas de dinero o toreros borrachos convierten el cuatroporcuatro en arma homicida y por ahí andan, sonriendo y encantados con haberse conocido. O con la cara de palo sin pedir perdón. Entran ganas de hacerse con una recortá.
A mi don Mx: no fue militancia, sino guerrilla minoritaria y por libre. Un curita joven nos adoctrinó a tres o cuatro ‘catecúmenos’ cuando el referendo de 1966. Después nos enviaba desde su primer destino parroquial, mecanografiadas por él mismo y en papel de poquísimo gramaje, unas lecturas cuyo origen no era difícil adivinar. Otras veces eran copias de lo que se carteaba con otro cura preso en la cárcel concordataria de Zamora.
Editábamos unos panfletillos – seis o siete folios, 25 ejemplares, ciclostilados en una vietnamita ¡del servicio de extensión agraria!- con motivo de la primavera, de las fiestas de agosto o navidad, con versos, cuentecillos y cosas así, intercalando una página «subversiva» como nos gritó el alcalde al cuarto número y perdonándonos la vida. Solo uno de nosotros era mayor de edad.
Aunque suene a batallita del abuelo Cebolleta, así fue.
Don Epi nos devuelve a la juventud y don ja nos desvela lo mismo con motivo de una gravísima cuestión que con un pequeño detalle (¡no para el afectado!) de tantos como nos rodean. Por cierto que algún día nos podría referir, como acaba de hacer don Epi, alguna de aquellas aventuras tan serias con que vibrábamos en nuestra poca edad.
Una protesta cargada de razón que pone de manifiesto el talante de este hombre, al que lo mismo de la censurar «a un chino que a un vecino» cuando se lo exige su conciencia. El tema de los indultos es de traca y me temo que se avecinan algunos comparables a los que vivimos bajo el mandato de González.
Siempre hubo clases. ¿Qué importancia tiene que una gitanilla vaya al talego? Ya han visto ustedes con qué cuidados se ha tratado a la Infanta a su esposo, los Palma, a pesar de la cuantía de lo debatido. Por no hablar de otros muchos casos, porque lo que es casos, sobran en este país en derribo moral.