El 7 es un número del que todo lo que se diga en el plano simbólico ha de resultar poco. Fue Salomón quien aseguró que la sabiduría edificó su casa sobre siete pilares y san Gregorio Magno quien redujo a siete los “pecados capitales que se llaman mortales”, esos en los que Wenceslao Fernández Flores veía nada menos que el sostén indispensable del mundo. Algo tiene el 7 que cautiva a los teóricos, como acaba de cautivar al nuevo primer ministro chino, Xi Jinping, a tenor de su grave aviso al partido de que el frenazo de aquella economía emergente no proviene de las propias culpas sino de los sietes peligros que Occidente trata de instilar en la mentalidad de masas y elites, a saber, la idea de democracia constitucional, los valores universales de los derechos humanos, el peligro que supone la independencia de los medios de comunicación, la doctrina neoliberal, la aventura de la participación ciudadana en la vida pública, la descalificación del Partido Único y, en fin, ese incierto nihilismo que critica los errores del pasado comunista. Xi cree o dice creer que los cambios radicales vividos en su país tienen su faceta positiva pero implican un inasumible riesgo para la disciplina de la organización. ¿No habrá sido un error abandonar el comodín maoísta de la lucha de clases, no se habrá dejado seducir el viejo país cerrado sobre sí mismo, por los cantos de las sirenas occidentales? Los sinólogos –que ahora abundan tanto como antes faltaban—no saben a punto fijo si la actitud de Xi implica un viraje a la izquierda o se trata simplemente de una estrategia de distracción en un momento en que la economía, efectivamente, se contrae y la cólera pública se deja oír junto a las críticas consentidas. La democracia, cree en todo caso Xi, “es un arma en la guerra psicológica utilizada por los magnates del capitalismo monopolista americano con el apoyo de sus aliados chinos para destruir el sistema socialista”. Más claro el agua.
Tentado estoy de volver otra vez sobre el libro de Acemoglu y Peterson en el que ya se anuncia la probable fragilidad del crecimiento chino y se insiste en que, si bien es posible crecer bajo el fardo de instituciones políticas asfixiantes, lo más probable es que éstas se sobrepongan incluso al éxito económico fenomenal registrado por ese oxímoron de época que es el “capitalismo comunista”. Voy a ver si releo “Las siete columnas”, ese crudo vaticinio que fue capaz de confundir al mismísimo demonio.
Lo que son las cosas, don. Usted pensando en releer a Acemoglu y Peterson y a un servidor lo pilla leyendo a Qiu Xiaolong (裘小龙), escritor chino de novela policíaca. Ya llevo varias del mozo, que por si las flais, vive en USA.
Hoy por hoy, el policíaco es el género costumbrista por excelencia. Se entera uno de cómo el Partido le pone a alguien «una pequeña secretaria» y cómo en los karaokes, a los que son tan aficionados, se trapichea con casi todo.
Besos a los ‘egresados’ a los que se espera aquí con ansia. El especial a dª Marthe.