El escándalo provocado por la bien tramada campaña de difusión de los casos de pedofilia atribuidos a clérigos católicos lleva trazas de convertirse en el peor episodio de la Iglesia contemporánea, a pesar de la vigorosa reacción institucional que ha incluido desde peticiones de perdón por parte del propio pontífice y la adopción de drásticos códigos de conducta, hasta la imprescindible decisión, al fin adoptada, de entregar a la justicia ordinaria a los pedófilos, pero que no ha logrado impedir que los despropósitos se sucedan por ambas partes. Por ejemplo, si de un lado, el inevitable Dawkins, que parece decidido ya a garantizarse la posteridad como pope del ateísmo, plantea nada menos que al eventual detención judicial del papa –un jefe del Estado en activo, no se olvide—, acusado de “delitos contra la Humanidad”, en caso de que viaje a Gran Bretaña, el cardenal Bertoni, número 2 del Vaticano, no ha tenido mejor ocurrencia que defender el celibato recurriendo a vincular la pederastia con la homosexualidad, disparate mayúsculo –enseguida contestado por los propios expertos católicos– que sólo contribuirá a empeorar las cosas aún más de lo que ya lo están. He hablado de campaña porque, a mi entender, verdaderamente de una campaña se trata, con independencia de que los hechos denunciados sean deplorables, incluso infames, y de que la estrategia tradicional de la jerarquía –como ella misma acaba reconocer—haya consistido hasta ahora en el ejercicio de un oportunismo táctico empeñado en ocultar esos crímenes en lugar de someterlos a la ley común. ¿O es casual que ahora surjan un día y otro también sujetos que denuncian –muchas veces, sin más prueba que su palabra, por otra parte—acosos sexuales sufridos en la niñez o en la adolescencia a manos de sus educadores y por los que ahora se reclaman a la Iglesia millonarias indemnizaciones?
Una actitud moderada aconseja tanto la inaplazable y radical toma de partido de la jerarquía frente a ese abuso plurisecular, como el discreto mantenimiento de la protesta en un contexto ajeno al escándalo. Pedir que se detenga y juzgue al papa, con la que está cayendo, es un dislate, porque supongo que hasta Dawkins estará de acuerdo en que antes que a Ratzinger habría que meter en el trullo a la práctica totalidad de los mandatarios actuales. Es llamativa, en todo caso, esta marea antirreligiosa y anticlerical que, ciertamente, penosos indicios sugieren que encuentra su mejor aliado en la pertinacia de sus altos responsables. Por lo demás, ni esos despreciables abusos son peores que tantos horrores conocidos, ni Ratzinger es Pinochet. El hecho de que se haya llegado a este punto me parece a mí que habla por sí solo.
Hace ya muchísimos años que la Iglesia no persigue a los ateos. ¿Por qué ahora el supuesto jefe de los ateos se dedica a perseguir a la Iglesia? ¿Y por qué no persigue también a los musulmanes y a los ayatolah?
Muy buena pregunta la de don Griyo tras una columna muy valiente, ya que hoy no está nada de moda defender esa causa por más razón que pueda llevar. Pedir la detrención del Papa es, como dice el autor, un dislate aparte de una ocurrencia de chiste. Este mundo se está volviendo loco a base de «garzonismos» de la más diversa especie.
Me sumo a los anteriores opinantes. Se está montando una Inquisición a la inversa. Pedofilia infame la ha habido siempre y se ha colado por los resquicios de muchas organizaciones que tratan con niños. Pero, es este un caso más en el hay que distinguir entre oportunistas e instituciones. El ateismo militante- no confundir con el sencillo no creer en un Dios- intenta pescar en aguas que no son suyas.
Le doy las gracias por esta columna muy valiente y muy a contra corriente. También estoy con don Griyo y su última pregunta.
un beso a todos.