Es un fenómeno natural que, a medida que sube la violencia, disminuya la capacidad de rechazo moral frente a ella. La estimativa pública es elástica pero sólo hasta un límite, no más allá, desde luego, de la linde a la que alcanza su capacidad de atención. Se satura, como si dijéramos. ¿Cómo esperar que se mantenga activa una conciencia moral contra la violencia cuando constantemente se la somete a la prueba de nuevos atentados, quién escaparía inmune al telediario que cada sobremesa nos ilustra con noticias luctuosas, atentados terribles, cifras escalofriantes de víctimas provocadas que los ‘combatientes’ suicidas han elevado de modo exponencial, cómo sería posible mantener encendida la llama revulsiva ante el escándalo de la violencia cotidiana, la legión de mujeres asesinadas o los jóvenes muertos en las reyertas ya habituales? De ninguna manera tal vez. Escribo abrumado por una noticia que me asalta desde las páginas del excelente periódico mexicano ‘La Jornada’ y que dice así: “Al menos 25 personas han sido ‘ejecutadas’ en las últimas horas, tres de ellas decapitadas”. En Chihuaha, cinco hombres fueron fusilados en un rancho y una mujer asesinada a tiros por tres hombres, en Ciudad Juárez, un varón ‘ejecutado’ cuando conducía su vehículo y otro hallado con la cabeza destrozada en plena carretera. En Tijuana hallan a tres hombres decapitados y con las caras abrasadas, en Lázaro Cárdenas, un policía y cuatro civiles fueron acribillados con un rifle AK-47. También fueron recuperados los cuerpos torturados de dos hombres y con impactos de bala, abandonados en una camioneta. Me llama la atención el “por lo menos” que emplea el titular. Y la asunción inconsciente del lenguaje malevo: “ejecutados”. Estamos ante un silencioso, casi inapreciable deslizamiento del criterio moral que se traduce en esa sorda permisividad que nos vuelve casi indiferentes más allá del impacto inicial que la noticia produce. Nos vamos haciendo malos pasivos casi sin darnos cuentas.
xxxxx
No ignoro las perspectivas que el psiconálisis abre a la interpretación de la violencia, ni la grave conjetura del maestro René Girard sobre su “carácter fundante”, simplemente entiendo que en esta sociedad, en la que vivimos hoy mismo, se está produciendo un fenómeno moral degenerativo como consecuencia de la “mediatización” del mensaje que nos trae la mala noticia. Pierde valor la vida, lo pierde la dignidad humana, frente a la pleamar de un nietzcheísmo de tres al cuarto que devalúa esos valores absolutos combatidos por el prestigio de la propia violencia. Razón por la que elevamos inconscientemente al asesino a “ejecutor” o tendemos a dar por inevitable la matanza, lo mismo en México que en Bagdad. Estos días ha llamado la atención algo tan ‘natural’ como el hecho de que una chiquilla convertida en bomba humana se entregara aterrada a la policía antes de cometer el atentado, como si ésa ‘defección’ no debiera ser considerada simplemente como la conducta lógica en situaciones semejantes, sino como una inexplicable reacción timorata. Como previó la teoría sociológica, lo que está ocurriendo no es más que la desaparición del criterio que apoyaba tradicionalmente la distinción entre culpa e inocencia, el fracaso del imperativo categórico que ‘moralizaba’ la ‘ejecución’ a cambio de mantener incólume el derecho a la vida, y junto a ello el relajamiento de una perceptiva acosada por la ferocidad cotidiana de unas sociedades incapaces de evitar la anomia provocada por su complejidad. No es posible, seguramente, mantener intacta la valoración de la vida en un medio en el que mueren en unas horas veinticinco personas o en el que diariamente se nos informa de hecatombes superadoras de nuestra capacidad de horror. La vida no vale ya un pito. No le pidamos al peatón que vea las cosas de otra manera.
¿Es o no es? Este hombre lo lee todo, lo asimila todo, acumula un caudal cuasi infinito de conocimientos que luego regurgita de la forma más oportuna con su memoria prodigiosa. (Entiéndanlo: el año pasado me envió seis botellas de un brut catalán muy bueno, pero estas navidades quiero conseguir que sean de Veuve Cliquot Brut 0).
Sin bromas. El Maestro deja caer como quien no quiere la cosa lo de »…un nietzcheísmo de tres al cuarto…», invocando el ectoplasma de mi don Friedrich, cuando -o una servidora es muy zopenca, que lo es- sobre lo que dijeron y escribieron los tres grandes »Maestros de la sospecha», ha caído la plaga de los hongos que deshacen los libros durante ya más de un siglo.
Siglo que además se ha caracterizado por las matanzas masivas, no solo de los dos grandes conflictos, sino de purgas (Yosif), genocidios (Adolf), disparates tribales, sangrías permanentes de vidas. Y no es que siglos anteriores se tentaran mucho la ropa antes de »pasar a degüello» o cubrir de sangre campos de batalla o plazas públicas.
Lo que ocurre es que antes un brazo se cansaba cuando su alfanje había degollado a ciento y pico, por poner un número, y un A-Ká tiene una cadencia de disparo de 500 ó 600 balines por minuto. Así cualquiera.
Pero mucho me temo que el respeto por la vida del Otro no ha variado gran cosa. Al menos hasta que llega el momento propicio.
Amén, Dª Zara Banda. No hay nada como el desarrollo de la racionalidad aplicado a los instrumentos de matar. Moriremos de éxito. Gloriosa especie la nuestra.
El fenómeno natural es la violencia en sí, no el rechazo moral ante ella. Vendría como anillo al dedo lo que atinadamente se dijo hace poco en este ilustre casino de que la cultura es ante todo represión ¿Qué actualmente hay más violencia que en el pasado? No hay que irse a la Edad Media para ver quién era el valiente que hace apenas un siglo salía por cualquier ciudad de noche o al caer la tarde. La peligrosidad por ejemplo de la refinada y admirada París de finales del XIX era incomparable con la de hoy. Lo que sí han variado son los medios de gestión de esa violencia, tanto para usarla y hacerla de lo más productiva, como para que sea debidamente interiorizada; porque toda sociedad que no ritualiza su violencia se vuelve sanguinaria, algo que no puede permitir nuestra fantasiosa obsesión por la seguridad. Eso sí, estoy con Vd. en que el nivel de tedio actual al que estamos llegando es de lo más amoral; a ver quién cambia a las bestias en esta oda al individualismo, sobre todo si ese tedio estallara. Saludos.
(No haga caso de los insultos Dª Zara Banda; como dice nuestro calafate chiclanero de a bordo, es Vd. “graziosa” y lista pa´ reventar)
Un puñao de besotes para los tres, carnes mías. (Que no saben qué duquelitas negras lleva una en el cuerpo este durísimo ferragosto. Pero va pasando la caló, laus Deo, y un cachito de consuelo les debo. Gracias).
Tarde pero qué gusto leerles, a todos y a todas. Pués a mí,leyendo aquí al maestro, se me viene a la memoria aquel experimento con las ratas, cuando las habían hacinado, como se entre-mataron -y la violencia que regia entre ellas. Me pregunto si, amen de la falta de cultura, de principios y de educación, no es que estamos creando condiciones cada día más duras y la animalidad campea. Lo del buen salvaje es cosa pasada: ahora sabemos que todos hemos sido antropófagos y que nos hemos cepillado al neandertal. Hay demasiados sereshumanos en este enjambre y parece que algunos no lo soportan. Besos a todos
Demasiado seres humanos, perdón