Justo cuando el mismísimo Gobierno de España trabaja cómplice para limitar la lengua española, es curioso comprobar la incontenible moda políglota que invade nuestra sociedad coincidiendo con la arrolladora invasión de anglicismo que amenaza con asfixiar el castellano. Es bueno, sin duda, abrir las nuevas generaciones a acentos novedosos, pero es algo que no hará falta recomendar en un momento en que anda generalizada la costumbre familiar de enviar al crío a tierras anglosajonas para que aprenda la “lengua del Imperio”, dicho sea sin relación alguna con el olvidado lema de postguerra.
Habrá que saber inglés no sólo parea triunfar en la vida sino para valernos en la experiencia turística y hasta para orientarnos en la vida diaria. Por citar un caso que conozco bien, les diré que en Huelva hay más de una treintena de centros educativos autotitulados “bilingües”… en inglés (sólo uno en francés), por más que –no allí sino en todas partes– esa modalidad con frecuencia no responde a la realidad. Pero hay más, por no salir de esa capital en la que, actualmente, existen seis institutos y colegios que enseñan el chino –en algunos casos como lengua “curricular” y en otros como “optativa”–, acogidos a un Plan Confuncio que, desde hace años, patrocina la propia Junta autónoma asociada al ministerio chino de Educación.
En esas “aulas Confucio” dicen que se aprende, además del exótico idioma, la historia y la cultura de ese emergente coloso, justo cuando nuestros escolares conocen menos la historia y la cultura propia, se cuestionan las disciplinas tradicionales y tiende a desaparecer el francés, aparte de que hasta se celebra con entusiasmo el Año Nuevo chino como si los celebrantes estuvieran en el Chinatown londinense o en el imponente barrio (¡un millón de vecinos!) de Säo Paulo, al que no le falta ni un alcalde paralelo al de la metrópoli. Vean y consideren la curiosa situación de nuestra docencia y, por supuesto, también las tendencias sociales que van abriéndose paso en este desconcertado presente que ve como la secularización arrasa sus creencias tradicionales para ser sustituidas por cualquier superstición foránea. Aprender chino es, no cabe duda, un logro interesante pero queda por explicar –desde la sociología más que desde la psicología– ese raro prurito políglota cada día más dominante en esta desconcertada Babel.