Del crimen de Algeciras habría que extraer graves conclusiones más allá del imprescindible lamento. Pero sobre todas ellas, quizá, la que ha señalado Ignacio Camacho, a saber, el espectáculo de la incapacidad de unos y otros –de todos—para dar la obligada respuesta a la atrocidad más allá de la asfixiante cincha que supone la “corrección política”: esas cautelas excesivas al manejar la trilita de la emigración, ese irreductible partidismo ideológico, ese recurso a la referencia religiosa y, en fin, esa ceguera voluntaria que consiste en abreviar la crítica pasando como sobre ascuas sobre las incómodas aristas que plantea el hecho migratorio. No sólo son limitados sino que son cobardes, súbditos de sí mismos bajo la tiranía de la ideología o del partido. Acabamos de comprobarlo en Algeciras y, lamentablemente, no ha de ser la última vez.