La autoridad anda muy preocupada por el desarrollo al parecer imparable de lo que se ha dado en llamar la “industria del fraude” en las aulas. Siempre hubo trampas en los exámenes, pero todo el ingenio acumulado durante siglos (ya Torres de Villarroel sabía que sus estudiantes copiaban) resulta cosa de poca monta comparado con el que está hoy a disposición de los estudiantes tramposos. En Francia, por ejemplo, donde dos decretos vigentes establecen duras penas de inhabilitación para los copiones, una ley de principios de siglo declaraba ya delito el fraude del examinando, por más que todo ese aparato legal resulte ineficaz enfrentado al progreso vertiginoso de esa industria que hoy dispone de diminutas calculadoras, fotocopiadoras que reducen el tamaño hasta lo inverosímil, walkitalquis indetectables y hasta antenas telescópicas que convierten en imposible la labor de los vigilantes. En junio del 86 hizo furor (yo tengo un ejemplar) el “Manual del perfecto tramposo” que para más inri fue divulgado por ciertos periódicos poco responsables, demostrando que el bachillerato poseía su propia delincuencia, “tenaz e irreverente”, esto es, que no se cifraba simplemente en rumores o leyendas escolares. Hoy se emplea mucho el reloj conectado al ordenata que sirve al examinando para burlar la vigilancia y salir airoso del incómodo paso que el examen supone en todo caso. Hasta de un país tan reglamentista como China llegan noticias de exámenes alterados como ése de Zhongxian, en la provincia de Hubei, que enfrentó a alumnos y familiares con los vigilantes en una reyerta que acabó como el rosario de la aurora. Contra el fraude del examen sólo funciona la prueba por test, cuya utilidad práctica es tan indiscutible como su escasa contribución al saber convencional. Un paso más y la robotización del aprendiz habrá culminado.
Noto en mis amigos docentes algo así como una bajada de la guardia frente a esta marea truquista que pone en almoneda el sentido mismo de la enseñanza reglada, dado que a cada fullería descubierta sucede un truco nuevo de detección aún más enojosa y ello conduce, de modo inevitable, a una desmoralización que destruye la idea de control del saber que subyace en el acto del examen. La trampa irá siempre por delante de la disciplina, no hay duda de eso, y ello cuestiona la misma viabilidad del sistema educativo. La vieja chuleta es ya pieza de museo, como pronto, tal vez, lo sea el propio saber.
Ya me dirá usted, don ja, para qué estudiar si luego lo único que vale es un carné y un alto cargo regalado a dedo… Esto es un drama que puede acabar en tragedia.
Yo creo que copiar es un derecho del examinando como lo es escapar para el preso… Pero temo, como el autor, que las tecnologías habrán de imponer un tipo prueba más racional y menos trucable.
Buena cita la de Villarroeal, curioso personaje; usted aprovecha siempre que el Pisuerga pasa por Valladolid, para refrescarnos la memoria o sugerirnos lecturas.
Conforme con que las tecnologías de esa «industria» fullera tienen mucho que perfeccionar pero ya hay maravillas. Que nos cuente Prof lo del alumno al que descubrió trampeando con un miniauricular dependiente de toda una emisora en el exterior del aula. En cuanto a lo del señor Banderas –¡bienvenido!– no se puede estar de acuerdo, claro es.
Ni en broma hagamos el elogio del copión. Hace falta que la gente se entere de que el sistema educativo, además de ser un privilegio, no es gratis ni mucho menos, sino que es muy costoso y lo pagamos entre todos. Hay que elevar la dignidad del estudio, huir de la tuna y la Casa de la Troya.
Tengo como mi mayor honor haber superado –en el tercer tramo de cuatro– la prueba MIR con 250 preguntas tipo test. No obstante, discrepo con el hecho de que sea un método adecuado de examen.
Puede parecer una burrada anacrónica, pero estimo que la única prueba de confianza es aquella en la que el alumno (¡y la alumna! y los alumnitos chicos, qué barbarie de jerga) defiende en voz alta sus conocimientos ante el examinador.
Dicho esto, confieso haber aprobado algún ladrillo con chuletas jibarizadas donde se contenían datos que solo me iban a servir para aprobar. En casi cuarenta años de ejercicio profesional jamás los utilicé.
Una vez más don Epi da un paso al frente y pone el dedo en la llaga: el test evita pillerías pero no permite valorar debidamente al examinado. Los viejos «orales», todo lo «cercanos» y amistosos que se quiera, y una vez pasado el sarampión sesentayochista, es decir, el diálogo tranquilo entre el profesor y el alumno es lo único que de verdad garantiza el resultado. Confieso que como profesor he padecido mucho con este asunto, siempre enojoso, pero nunca claudiqué ante el tópico abolicionista que tanto daño ha causado en nuestro sistema educativo. Rece cada cual su penitencia.
Me imagino a esa doña Epi brujil sacándose chuletillas de losa refajos y es que me mondo de risa. ¿A que ustedes no, manta de valetudinarios derechosos?
Siempre se copió, nunca tuve problemas con los copiones. Procuré quedarme con sus caras o marcar su examen para saber a que atenerme, porque me parecía que se trata de una competencia desleal con respecto a sus compañeros. A los alumnos procuré también siempre trasladarles la idea de el copieteo a quien perjudicaba era a ellos. No creo que me entendieran, pero yo cumplía con mi deber.
Don NN ¿No es el hermano gemelo del Dr. NO?
Para demostrarle, negativo bípedo implume, que la historia de la medicina no solo la aprobé con nota, sino que he seguido leyendo gustosO cuanto ha caído en mis manos sobre el tema, voy a hacerle una aclaración, en perfecta línea con mi exhibicionismo y prepotencia.
Los académicos sabrán de lo que sepan, pero hay temas en los que sé más que ellos como de aquí a Ganímedes. Dice el Drae lo de ‘enfermizo, achacoso’… y una piedra miliar de materia boñiguil para ellos y una de mayor tamaño para usted.
Los valetudinaria eran los hospitales militares de las legiones romanas. En ellos no solo se practicaba la medicina y/o cirugía para los heridos, sino que en el servicio médico, las ideas de higiene y las dietas también estaban bastante avanzadas. No solo contribuían a mantener a los soldados vivos, sino que también les ayudaban a producir los soldados más sanos y mejor alimentados que había visto el mundo en aquella época. Al fin y al cabo valetudo, -inis significa salud.
La que deseo a mis ilustres contertulios, incluído incluído usted mismo, so NN.
Ay las chuletas! Hasta de eso tengo nostalgia….aunque yo nunca las hice creo que por pereza y por miedo de que me pescaran.
Don Epi , me encanta cuando se enfada usted….Y me ha divertido el saber que estábamos todos malitos.
No había yo pensado en el paralelismo entre el prisionero y el alumno pero sí que lo hay.
Que copien, la verdad ni me sorprende ni me choca, lo que me saca de quicio es cuando los pillas con la mano en el saco y te sostienen que no.
Doña Madre se apunta un tanto cuando dice «para qué estudiar si luego lo único que vale es un carné y un alto cargo regalado a dedo»…
Besos a casi todos.