En Qatar ha caído fatal la idea de decorar la “corniche” de Doha, la capital, con el mismo grupo escultórico que ya pudo verse expuesto en el Centre Pompidou representando el cabezazo en el pecho que Zinedine Zidane, o sea “Zizou”, le propinó en el pecho a Mario Materazzi. Dice la ultraortodoxia islámica que, ya de entrada, esa estatuaria profana el mandato coránico de no representar la figura humana, al tiempo que el laicado se pregunta en la calle qué coños ha hecho Zidane por el emirato para que se le otorguen tales honores, y los deportistas, en fin, deploran la representación pública del mal ejemplo dado por el héroe. Las importantes obras a realizar para el Mundial de Qatar las está llevando a cabo una mano de obra inmigrante que la prensa internacional califica de esclava o semiesclava hasta el punto de hablar de Qatar como de una “cárcel abierta”. Unos datos: se trabaja a 50º en horarios de doce horas, los salarios son retenidos, el trabajador no dispone ni de agua potable gratuita y pasa, en ocasiones, veinticuatro horas sin comer, aparte que tiene que alojarse, hacinado, por alquileres abusivos. Ni que decir tiene que el grueso de ese trabajo le cae encima a los inmigrantes, colectivos desesperados que viven esquivando la muerte, que se produce, al menos, una vez al día. Hace poco un grupo de treinta nepalíes consiguieron que su embajada los repatriara, en vista de que, sólo durante este verano, habían muerto ya más de cuarenta compatriotas, lo mismo que había sucedido con los indios que, en los primeros meses de 2013, contaban ya entre su comunidad más de ochenta víctimas mortales. El paraíso de Qatar es, de momento, un infierno.
Las internacionales sindicales calculan, en resumen, que la fiesta del Mundial qatarí costará al menos cuatro mil muertos y auguran un empeoramiento de las condiciones laborales a causa de la presumible inmigración futura, un coste imprescindible, a lo que se ve, para que ese emporio petrolífero, híbrido de la Edad Media y la Postmodernidad, redondee y actualice su imagen adoptando esa “koiné” universal que es el lenguaje futbolístico. ¿Y se quejan por el cabezazo de Zizou al rival italiano? Bueno, así es, al menos en las llamadas “redes sociales” que, por cierto, no dijeron esta boca es mía mientras el bronce de la discordia estuvo expuesto en París. Al menos en este punto no difieren gran cosa nuestra estimativa moral y la del emirato. O a lo peor es que la conciencia del perro-flauta es universal.
¿Y cómo creeríamos si no el auge de esos paisitos petroleros. Los árabes que despilfarran en las joyerías y los casinos de Marbella también explotan a sus trabajadores, a ver qué se creían. Pero ¿quién le habrá concedido el Mundial a esos moritos?
La expresión de mi don JA, híbrido de la Edad Media y la Postmodernidad, es suficientemente definitiva. Supongo que en Qatar las señoras estarán obligadas a tantas cosas infamantes que la mitad femenina de la media humanidad no musulmana tendría que estar cada día y cada noche ocupando plazas y ágoras protestando por sus humillaciones.
Pero, amigos, el oro negro es oro por muy guarro que esté. Y es gran parte de la misma humanidad la que adora su becerro.
Momento para la duda: ¿Se besa en la boca con sus primos qataríes nuestra primera cadera candonga como lo hace con los sauditas? Sin dormir me tiene la pregunta.
Por lo que llevo leído el abuso laboral en esas zonas es grande, sobre todo por lo que se refiere a trabajadores inmigrantes procedentes de la Europa del Este. Un crecimiento vertiginoso para el no se restaba preparado (sus beneficiarios), una legislación sumisa a los poderes fácticos…: no es preciso nada más, supongo, para que se piense en aquellos destinos como en un infierno.