Una crónica de este periódico, escrita por nuestro compañero Andrés Moya, daba noticia ayer de la muerte de un anciano a manos de otro por una cuestión de lindes. F.R.R., “el Sabio Melonero”, sesentón bien popular en Torreperogil, se presentó en el cuartelillo para entregarse por la muerte de S.F.M, de ochenta años de edad, al que habría apuñalado y arrojado a una hoguera, por un quítame allá esas pajas en relación con las lindes de un pegujal con cuatro olivos y unas cuantas cepas que el difunto tenía allá por el alfoz del pueblo. Hay pocas imágenes más ilustrativas del neolítico que la lucha por la linde, hoy tan poco frecuentes a causa del “fin de la agricultura” que mi amigo Ignacio Vázquez Parladé, agricultor apasionado, preconizó en plan Fukuyama y contra todo pronóstico, allá por los años 80, antes de liquidar su latifundio y abismarse en un autismo teñido de nostalgia en el que aún vivaquea. La pelea campesina ha sido siempre cainita, en el sentido literal, es decir, en el fondo y en la forma, y tuvo la curiosa particularidad de fundarse por lo general en motivos banales y en dilucidarse por las bravas con esa brutalidad exenta de sadismo pero lindera con él que inspira fatalmente al homicida en descampado. Mucho labriego ha muerto al atardecer abatido por el vecino cuando quemaba rastrojos o quizá cuando, al alba, trataba de correr las lindes aprovechando la coartada de la erosión o alegando títulos nunca registrados, crímenes brutales encomendados a la azada o al almocafre, al garrote o la navaja, y basados en esa razón primitiva que potencia el sentimiento de propiedad de la tierra hasta volverlo irrebatible. Antier fue la última vez en que un labriego invocó para sí esa oscura legitimidad que pierde a los hombres del campo al hacerlos esclavos de su misma propiedad. La propiedad es una ideología pero la de la madre tierra es una pasión.
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En estos tiempos no son ya frecuentes esas ventoleras, no porque haya variado gran cosa ese sentimiento sino por la sencilla razón de que la agricultura, como Ignacio sostenía, se ha ido liquidando a fuerza de subvenciones y trampeos, manguis y recalificaciones, hasta dar en la peregrina teoría de que el campo debe vivir asistido del dinero común como conservador del paisaje pero no como elemento perturbador de los apaños perpetrados por los lobbies en sus lejanos despachos. Ahora mismo parece que podría revitalizarse algo este abandono histórico –nuestra generación es la primera, desde Adán, en prescindir de la agricultura—y precisamente en los predios del cereal, no porque el pan de cada día vaya a repartirse como debiera entre los hambrientos, sino porque alguien halló la manera de convertir el trigo mítico en carburante del utilitario. Es poco probable, si embargo, que esa escena del gañán apuñalado abrasándose en la lumbre, vuelva a ensombrecer estos campos domingueros en los que el señorito o el destripaterrones, con el coche aparcado en la cuneta, viven más atentos a lo que se decide en Bruselas que al mentidero del casino. Un día se me ocurrió escribir que si había crisis entre los picadores taurinos era porque escaseaban los jinetes y que si esto ocurría era porque en el campo no había ya, como antaño, faenas habituales para los caballistas. Casi me linchan, pero lo mantengo. Hoy los burros viven acogidos a sagrado en “reservas” y los machos de los muleros no se ven ni en las romerías, los azacanes beben ginebra con tónica y los amos malviven acollonados pendientes de Wall Street. Un hombre muerto sobre una candela con motivo de una pelea por lindes es ya un anacronismo al que, salvado lo que haya que salvar, no le falta cierta aura romántica. En nuestra era, la agricultura no es ya una providente maldición divina sino industria o especulación. No les digo más que los tomates se venden en la ciudad al cuatrocientos por ciento del precio que percibe el labrador. Evidentemente, en algo se debió equivocar Adam Smith.
Curiosa al menos esta historia de Caín en un país de cainitas. Estaba yo en un horario de trabajo algo anómalo, cuando a uno de mis compañeros de tarea le avisan por teléfono que a sus padres -a más de mil kilómetros- le han aventado un escopetazo a cada uno en la cabeza. Que se preparara para el doble luto.
Lo curioso es que el escopetero era hermano y cuñado respectivamente de las dos víctimas. Todo por un viejo litigio de horarios de abrir y cerrar compuertas en una acequia.
No todo es latifundio -me entero ahora de dos cosas: que el viejo señorito comunista vive y que Mudapelo cambió de dueño- y queda aún en esta vieja silueta de bosta de toro quien saca la cabritera por un quítame allá esas lindes. O por una hora de riego.
Espero que no haya retranca en eso de «viejo señorito comunista» que dice nuestra Doña refiriéndose a Vázquez Parladé, pero en todo caso es bonito el deasrrollo de una simple noticia hasta hacer de ella una lección de historia social, como hace esta columna hoy. Escribe bien, este jodío amigo nuestro, pero es que, además, las coge al vuelo para proyectarlas luego de filtradas popr su cultura renacentista.
Meencanta el ejemplo de las lindes y el de los picadores. Don Ja es uno de los secritores de periódico que con más galanura es capaz de aliar el tema profundo con la levedad del estilo aparentemente corriente, sencillo, al alcance de todos. A mí me encanta esa condición suya.
Peleas de linde, gran tema. El fin de la agricultura está siendo un poco triste y hhasta se me ocurre que no ouede haber mayor fracaso histórico de la especie ni mayor demostración de insoldaridad, que este modelo antiproductivista que paga al campesino por no labrar la tierra mientras se mueren millones de personas diariamente por esos mundos de Dios.
Preciosa columna, tema apasionante y argumentos perfectamente expuestos. Una de las más estimables en mucho tiempo, al menos para mí.
Pero ¿qué creíoan, que la UE subvencionaba por no producir así como así? No, hijos, no, el dinero de Bruselas nos llega para evitar crímenes en las lindes, porque la Europa de los mercaderes es muy mirada con estas cosas y no quiere saber nada de los hijos de Alvargonzález.
Verán, leyendo a ja me viene la idea de que posiblemente lo de las lindes era un fenómeno ligado al conflicto campesino, mientras que hoy el hombre, este urbanita universal casi, no se pelea por la tierra sino dentro de casa. Hoy no hay peleas de linde pero hay parricidios a montones, no se van al campo a degollar al vecino sino que la pagan con la parienta sin salir de casa. ¿Nos ha beneficiado salir del neolítico o esta era es aún más feroz?
También yo he tenido experiencias como la que cuentan la colomna de ja y el comentario de Margosa, pero hay que reconocer que ese es fenómeno anacrónico, como don ja nos dice, y que hoy ya hasta para quemar rastrojos hay qu ellever en el bolsillo un papel de algún delegado. Vivimos otra era. eso es lo que quiere decirnos muchos días nuestro anfitrión. Hoy lo dice de manera espléndida.
Algún caso conocí, tristemente, pero llevan razón es que la pelea de lindes es agua pasada. Aparte de que la criminalidad estaría disparada en un mundo coinstantemente excitado a la violencia por la multipropaganda audiovisual y por tantas incitaciones como surgen en medio de esta crisis moral extremada. No sé si estoy algo apocalíptico pero no veo hoy más que negros nubarrones.
De las que se leen de un tirón, deliciosa. Otra que va para comentrario de texto (lo siento por Sociata).
Un sociólogo no pierde puntada nunca, si lo es a fondo.El nuestro saca un artículo brillante de un breve del capítulo de sucesos.
La propiedad, ese robo de Proudhom, conllevaba esas cosas, como las instituciones de hoy conllevan otras. Me ha encantado el comentario del sabio Heródoto tanto mcomo la columna.
Nota bene: también yo confío enm que el comentario sobre el «señorito rojo» no fuera más que una broma, porque Ignacio, como bien sabe su amigo gm, era y es un hombre de actitudes admirables, con sus defectos, como todos, pero admirables.
Siguiendo con el tem,a, no sé por qué extraña tanto un señorito rojo de los de antes y no escandaliza que la izquierda hodierna no tenga ni un pobre para un remedio. Dias atrás, una alcaldesa de la cuerda elevaba el sueldo en un 40 por ciento a sus mariachis, pero bastaría con echar una mirada a las nóminas de este personal que dedica su vida al «servicio público», jaja.
Retiro lo de señorito, porque el Vázquez, como algunos contertulios saben se le llamaba -¿se le llama aún en el mismo círculo donde le conocí?- era y es un señor. En una tierra y en un estrato sociológico donde no abundaban. Ni abundan.
He compartido con él una única e íntima velada con una reducida compañía y doy fe de su rectitud de criterio, de su claridad de ideas, de su calidez humana y de cómo los que iban a castrar sus melocotoneros sabían que su ‘señorito’ -ahora afectivamente- era quien pagaba y exigía con mayor justicia.
También recuerdo cómo su ex, C. L., seguía al menos entonces, sus atribulaciones de salud, con celo y vigilancia. Larga vida y ancho ánimo si me leyera. Imposible que me recuerde ni me asocie con ninguna conocida.
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No es que desaparezca la agricultura, ni las lindes, lo que ocurre es que ha cambiado de clientela. Antes alimentaba a los pobres y a los ricos y ahora descarta a los pobres, condenándolos a la hambruna, en beneficio de las petroleras.
Los agricultores tampoco desaparecen sino se reduce su número debido, principalmente, a la productividad creciente de la maquinaria agrícola.
Señoritos rojos siempre ha habido, yo recuerdo a uno, que me contaba mi padre, que no temía al comunismo porque, decía: “Entre lo que yo tengo y lo que me toque en el reparto…”
Respondedme por favor: Que «grandeza» hay en este hecho, es acaso «novelesco» que un rufian de baja estofa, maltratador de mujeres, juzgado y condenado, pendenciero, cobarde, borrachin y exconvicto de 60 años de edad, mate a a un anciano de 84 prendiendole fuego posteriormente, este hecho si acaso mereceria un titulo, seria el de Cobarde asesinato a un anciano de 84 años, por un tipo con pocos huebos apodado el sabio melonero.