Es frecuente entre los historiadores la convicción de que hubo seguramente hechos capitales del pasado deformados por las propagandas. Lejos aún de los resortes de nuestra sociedad medial, las de nuestros padres y abuelos conocieron ya sus respectivos “influencers”, voces por lo general insignes que definían el panorama público enmarcándolo en el prestigio de sus líderes. Hoy todo es más rápido: una opinión del “medio” poderoso y no es improbable que el prestigio de éste o aquel personaje se alce a las alturas o ruede por los suelos. El desdoro que afectó al vicepresidente Al Gore, por ejemplo, aquel arcángel flamígero que predicaba el cambio climático, pesó decisivamente sobre la opinión mundial a la hora de valorar el hecho patente de los desajustes experimentados por el medio ambiente, atribuidos por él y tantos otros al deterioro del otro medio. ¿Era una realidad o acaso no más que una monserga eso de que la atmósfera agonizaba ya hasta el punto de plantear el éxodo de la especie a otro planeta?
Entre la presión de los intereses industriales y la inocencia desinformada, la verdad es que la cuestión ha quedado suspendida irremediablemente en el limbo de la indecisión, pero no es menos cierto que los acontecimientos ambientales de las últimas estaciones constituyen un respetable argumento a favor de los alarmistas. ¿Cuándo padeció Perú los efectos de “el Niño”, cuándo el Caribe fue tan reiterativamente inhumano, cuando se produjeron en Alemania o Francia episodios climáticos tan espectaculares como los hodiernos, existe acaso en España memoria de sucesos como los que acabamos de vivir? Los críticos de Al Gore podrán decir lo que quieran pero, junto a sus criterios, no estaría de más incluir la opinión de los desolados peatones que acaban de ver sus pueblos arriados y sus campos deshechos por las tempestades.
Es posible que, tras las huellas de Gore y otros agitadores, algunos listos se hayan adelantado a la comitiva racional proponiendo ya la búsqueda de un refugio interplanetario para la raza humana, pero también lo es que la Madre Naturaleza nos está descubriendo a medias un temible cambio de humor. Pregunten en Castellón o en Almería y encontrarán con seguridad criterios muy distintos a los vigentes mientras la ciudad vivió, alegre y confiada, sus inveteradas rutinas. ¿Está cambiando peligrosamente el clima? Cualquiera sabe, aunque lo ideal sería que el veredicto no quedara sólo en manos de los políticos.