Como si se tratara de compensarnos por la reciente debacle futbolística, nos llegan gozosas nuevas que acreditan el fulminante progreso de nuestras gastronomías. En efecto, un restaurante gerundense ha sido distinguido nada más y nada menos que como el mejor del mundo mundial en una exclusiva lista en la que, para colmo, figuran , además, varios fogones nacionales. En televisión hemos podido ver también un concurso de aficionados aspirantes al título de MasterChef, en el que tres acreditados chefs los juzgaban, por cierto, con escasísimo tacto y sobrada severidad ,estimulándolos a la mejora con modales propios de un Dómine Cabra. Nos hemos convertido en la envidia del planeta, justo cuando nos vemos forzados a abrir comedores públicos en plan Auxilio Social, en los que no se da abasto a tanta boca hambrienta y en los que los buenos samaritanos atienden a ese derecho, tan fundamental que ni siquiera viene explicitado en la Constitución, que consiste en llenar diariamente el estómago. La Junta de Andalucía, se ha comprometido a proporcionar a los niños en las escuelas tres comidas diarias, digna iniciativa que, en todo caso, no deja de recordarnos el paisaje de postguerra, aquel de la leche en polvo y el queso amarillo que nos enviaba el amigo americano. Dicen quienes se encargan de los comedores públicos que pocas cosas reflejan mejor la gravedad de la crisis que la subida del nivel social teórico de sus frecuentadores, un dato muy discorde con el hecho de que para comer en esos restaurantes galardonados sea preciso reservar con meses de antelación. Nunca, probablemente, fue mayor el foso entre las únicas dos Españas reales que son las que se perfilan nítidamente a la hora del desayuno.
La paradoja es que seamos una nación líder en eso que llaman “restauración” mientras hacen cola en los comedores públicos los excluidos de un insensible sistema que, al parecer, no ve nada de particular en ese desolador reparto, al que nada ilustra mejor que el hecho de que se cuenten ya en las estadísticas a un par de millones de familias en las que no entra ni un solo jornal. Claro que no se trata, al menos por mi parte, de hacer miserabilismo en plan Víctor Hugo o Eugenio Sue sino, simplemente, de constatar una contradicción de lo más irritante producida por nuestro modelo de organización social. Volvemos a la sopa boba al tiempo que descollamos en el comedero planetario como magistrales administradores de nuestra propia gazuza.
Para unos sopa boba y para otros sopa (boba) deconstruida.
Cada vez hay más españoles que comen más sofisticadamente y más que no lo prueban. ¿Cómo era eso de la brecha que tiene cada día más alejados a las dos Españas?
lo que es no saber comer, no tener paladar…
La crisis logrará para el capitalismo su triunfo definitivo en muchos aspectos. Los ricos lo son cada día más mientras la pelambre se apiña en la cola de la sopa boba.
No es difícil sentirse extrasistema en un sistema tan injusto como el que se define aquí. Otra cosa es hacerlo como francotirador e incluso arrimando una mijita el hombro si se quiere y se puede, en ayuda de los excluídos.
Y aunque me parece hasta de mala educación utilizar la hospitalidada de esta página para diálogos aparte, no me resisto a responder a mi don Rogelio. Efectivamente al del Colmo, mucho antes que al Herrera, lo consideré un soplagaitas pancista y oportunista. Recuerdo una vez que poco menos que amenazaba con comerse crudo a Glez y de aquella entrevista alfombrina salió diciendo que eran muy amables en la Moncloa porque le habían regalado un cinturón que necesitaba. ¿Lo recuerdan? Yo sí.
De fra Gabilondo tenía un concepto cuando lo conocí de director de radio Sevilla, antes de la defunción del general ferrolano –inolvidable una mesa redonda, quiero recordar que en el 73 en un colegio mayor– y otro muy distinto cuando pontificaba desde la ondas el credo pesoísta, que no socialista.
Una columna que da que pensar más allá de nuestras primeras impresiones al leerla. La crisis, se ha dicho y repetido, dejará la sociedad mucho más desigualada que la encontró. Esta no es una crisis como las demás conocidas. Temo que el capitalismo postmoderno logre en una sociedad de servicio culminar su sueño de dominación.
Le doy toda la razón al doctor Pangloss. La columna es de las que hace pensar un rato y también deprimirse no poco. Nos vemos.