Dos acreditados periodistas, Ralf G. Reuth y Günther Lachmann, acaban de lanzar en Alemania un libro, inmediatamente traducido al francés, que trata del pasado de la canciller alemana y de su papel colaborador con el régimen comunista de RDA, a cuyas Juventudes perteneció desempeñando tareas relacionadas con la “agitprop”. Bucear en la biografía política es frecuente en los países democráticos que proceden de una dictadura –a veces con resultados tan impactantes como el hallazgo de que Günter Grass había pertenecido a las Waffen SS—quizá porque la tentación debeladora se rebrinca ante el éxito, unas veces con aire simplemente justiciero y en otras ocasiones deslizándose sobre la inevitable malevolencia. Merkel, que atraviesa un mal momento por la crisis de Baviera, y que tendrá que ir en septiembre a nuevas elecciones, ha encajado el golpe con estudiada tranquilidad, pasando de afirmar que ella jamás comulgó con el comunismo aunque en él ejerciera tareas culturales, a refugiarse en el argumento de la inseguridad de la memoria afirmando, de paso, con razón, que ella nada tiene que ocultar y que esos buceos son inevitables en torno a toda personalidad emergente cuando las tortillas se vuelven y la gente ha de seguir viviendo en una atmósfera por completo diferente. Se deduce del libro –bien documentado, escrito sin forzar las tuercas—que Merkel guarda su alma en su almario, pero a mí no me parece que, salvo descubrimientos más comprometedores, que su política actual deba ser juzgada por sus viejas actividades. Cuando en Francia se divulgó la foto de Mitterrand
joven posando con miembros de Vichy y hasta de la Gestapo, el vendavalillo duró poco y él ni siquiera dijo esta boca es mía.
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No siempre es fácil escapar al pasado. En Austria llegó a presidente un nazi, Andreotti colaboró con el fascismo en su juventud y Putin fue jefe de cocina en el KGB antes de convertirse a la democracia mafiosa. Algo que no puede extrañarnos en España si paramos mientes en que la mayoría de los maestros de mi generación –intachables luego casi sin excepción—militaron en el franquismo de la primera hora y críticos tan implacables como Haro Tecglen o el propio Cela ejercieron de maestros de capilla en la España democrática a pesar de sus pasados entusiasmos por el Dictador. No creo, por eso mismo, que éste sea el mayor problema de Merkel en esta hora crucial. La memoria es algo demasiado delicado para manejarlo sin el obligado guante de seda.
Lleva razón y además no se muerde la lengua… ¿Husmear el pasado político de quine está ya en posiciones bien diferentes? Eso lo mismo podía llevarnos a decir que Merkel traicionó luego al comunismo o a pensar que era entonces cuando lo traicionaba. Tenemos demasiados problemas para andarnos con descubrimientos personales.
¿Usted no está de acuerdo con la memmoria histórica? ¿O es que prioriza objetivos según necesidades? Casi todo el mundo evoluciona en su vida, ¿no es verdad? Merkel incluida.
No sería la Merkel solamente quien ha cambiado de chaqueta, en todo caso, en esta Europa confusa postewrior a la caída del Muro. Al menos antes sabíamos de qué lado del «telón» estaba cada cual.