El ruido provocado en torno a “la Pepa”, va a acabar de confundir a la opinión sobre aquel texto precoz y apenas vigente que hizo que se viera a España, en su momento, como “el faro de las libertades de Occidente”, para proyectar luego su alargada sombra sobre ese complejo siglo durante todo el cual se mantuvo como tótem del espíritu revolucionario. A mí, la verdad, me llama mucho la tención todo lo que se está oyendo, y me incomodan con una cierta sensación de anacronismo tanto los intentos de convertirla en remota legitimadora del reformismo actual como la pretensión de patrimonializarla que ha expresado cierta izquierda oportunista, porque ambas actitudes parecen ignorar el genuino talente de aquel liberalismo que no se parece ni poco ni mucho a las opciones políticas de hoy. A un tipo como Alcalá Galiano, que fue quien acreditó el origen español de la propia voz “liberal”, le daría tiempo en su vida a revolucionar su órbita ideológica completa, por no hablar de Argüelles o del abate Marchena, estrellas fugaces de aquel singularísimo firmamento que tal vez no se daba cuenta de que estaba abriendo de par en par las puertas a un futuro en el que la pobre “Pepa” habría de servir lo mismo para un roto que para un descosido. La obra de aquellos constituyentes fue colosal –redactar una Constitución bajo las bombas—pero los hechos se encargaron de demostrar que el país profundo no estaba preparado aún para lo que era una auténtica revolución ni, probablemente, lo estaba todavía nadie en nuestro entorno para aquella novedad que incrustaba en la herencia francesa el alma del constitucionalismo americano. No creo que haya en todo el XIX –ni, por supuesto, luego—un hecho histórico tan mitificado como mal entendido, circunstancia que quizá explique lo duradero de su fama. Cuando dice hoy el Rey que entonces “la nación estuvo muy por encima de las autoridades” habría que objetarle que más bien fueron éstas –las liberales—las que estuvieron por encima de la Monarquía. “La Pepa” fue una fruta verde en su día. Hoy, sencillamente, es una noble fruta pasada.
¿O no lo es una Constitución que, a pesar de sus logros extraordinarios, seguía siendo confesionalista, clasista y discriminatoria? Lo malo de estas efemérides es la casi inevitabilidad del anacronismo y en el anacronismo andamos zambulléndonos, salvo excepciones, esta temporada de homenajes. El tiempo es un raro caleidoscopio que con los mismos cristales es capaz de formar imágenes por completo diferentes. Hoy dispararían contra ese mito las mismas feministas y los mismos sindicatos, la misma derecha y la misma izquierda que, sin embargo, andan elogiándola a calzón quitado.
¿Cuántos celebrantes habrán leído la Pepa? ¿Cuántos sabrán algo más sobre ella, en el sentido quen la columna sugiere? Me temo que pocos.
Luego de muchos años de enseñar Historia nno puedo estar más de acuerdo con la columna así como con el comentario de Prof. Todo esto es un gran montaje, aunque es propio de todas las naciones esto de los grandes montajes, de las grandes mistificaciones. Qué podremos hacerle…
Hace bien en desmitificar y poner las cosas en su sitio. Esto de las conmemoraciones se presta mejor que nada al oportunismo. Y creo que se ha callado mucho, cucamente. ¿Ha hecho bien? Yo no soy nadie para decidir eso, pero creo que sí, que es discreción y no cálculo.