Una madre de dos niños asesinados en USA ha pedido clemencia para el doble asesino con el argumento de que más sangre derramada no borrará la anterior. En cambio, el primer ministro de Turquía, Erdogan, (el aliado de ZP en el rollo de la “alianza de civilizaciones”), ha dicho en un mitin de su partido que hay que replantear la abolición del suplicio conseguida en 2002, basándose en que, en última instancia, el perdón del asesino no está en manos del Poder sino de la parte ofendida. Hace años que no había tropezado con una declaración tan típicamente medieval dado que la reserva del derecho penal es justamente la condición que convierte a la primitiva asociación pre-nacional en un Estado con todas las de la ley. No se trata de que la calle fuera de Fraga ni de nadie, sino de la evidencia de que, al margen del monopolio estatal de ese derecho, la violencia es un billete de vuelta a la barbarie, y a Erdogan –sobre todo a causa del conflicto que mantiene con los rebeldes kurdos—parece importarle eso menos que el presunto efecto disuasorio de la pena de muerte. ¿Cómo es posible que en Texas no bajen los niveles de delincuencia a pesar de que, en los diez últimos años, se han perpetrado allí nada menos que 337 ejecuciones, o que lo mismo ocurra en California a pesar de que en ese mismo plazo se han pronunciado en sus tribunales 354 sentencias capitales? La idea de que la amenaza de la pena de muerte sirve para disuadir a los delincuentes ha sido tan cuestionada como admitida, pero tengo para mí que el factor que propicia ese convencimiento, sobre todo en este ambiente de ambigüedad, radica en la lógica simplista del “ojo por ojo” que ya se explicita en el Éxodo y, desde luego, en textos anteriores de diferentes culturas. EEUU, China y Rusia destacan entre los partidarios del cadalso. La voz de esa madre con tanto sentido común no parece que alcance a tan altos oídos.
Ninguna razón puede sostener la pretensión de que la vida de un hombre pueda ser arrebatada por otro, dado que, en un medio civilizado, la pena no puede consistir en una venganza ciega aunque contenga, por supuesto, una función reparadora, y aparte de que el creciente número de condenas erróneas comprobadas por los tribunales debería bastar para no aplicar la pena capital por su condición irreversible. La opinión ha estado siempre más cerca del tirano que del marqués de Beccaria.
En muchos aspectos estamos «regresando» al pasado y éste es uno de ellos.
Admiro a esa madre, inteligente, bondadosa, práctica. Es todo lo contrario de lo que sigue siendo la mayoría de sus compatriotas. Un crimen legal inventado por la Humanidad desde el origen de la cuvilización: eso es la pena de muerte y lo seguirá siendo.
Ningún razonamiento moral arredrará a los verdugos. Sólo el tiempo, si es que la Humanidad tiene suerte, la pena de muerte desaparecerá. Hoy a nadie se le ocurre tener un esclavo (legal), puede que mañana nadie conciba matar legalmente. Hablo de un «mañana» lejano…
El talión es connatural al instinto humano. Hay que civilizar mucho al hombre, hay que pulir largamente ese diamante en bruto, antes que exigir que renuncie a la venganza.
El hombre es casi incapaz del perdón, menos aún del olvido. Quiere un ojo por su ojo y un diente por su diente, quiere que, como parte ofendida, se le esprete su derecho a la reposición, a la compensación. Eso, sí señor, se llama Edad Media y lo que queda tras ella.
No creo que yo sería capaz de perdonar algo así. Sinceramente. Y si lo hiciera tendría que ver que el asesino se arrepiente de veras y lo siente con todo el alma.
Un beso a todos.